Cuentan que un oficial de las fuerzas realistas pidió a sus superiores jerárquicos actuar con mayor firmeza para castigar a los pobladores de Sultepec, Estado de México, no sólo porque era un semillero de rebeldes y traidores del Rey, sino porque todas las mujeres del lugar eran afines a la causa independentistas.
Aseguraba que no había ni una sola “mujer que no sea una verdadera insurgenta”, decía un tanto alarmado el mismo oficial, y no era para menos ya que cientos de féminas encontraron en la rebelión un camino para transformar el régimen político y cultural que las oprimía y desvalorizaba por ser mujeres.
A poco del estallido de la guerra de independencia, el comandante Agustín de Iturbide tomó de sorpresa a la comunidad de Pénjamo, Guanajuato y ordenó capturar a cientos de habitantes, en su mayoría mujeres, porque causaban “mayor mal” que algunos correligionarios suyos, acusaba el oficial realista a la vez que pedía aplicarles la pena más dura, por lo que fueron privadas de su libertad tres años, junto con sus hijos, hasta que fueron liberadas en 1817.
María Manuela Molina, india pura de Taxco, Guerrero, insurgenta de hueso colorado y protagonista de “siete batallas”, en las que se le vio peleando a muerte como capitana, cuyo liderazgo y ejemplo de lucha avivaban en sus huestes el amor a la patria.
La capitana Molina admiraba mucho a Morelos y celebraba con entusiasmo sus victorias, por lo que luego de conocerlo personalmente dijo que “ya moriría gustosa, aunque la despedazara una bomba” enemiga.
Esa mujer, añadió un correligionario suyo, llevada “el fuego sagrado que inspira el amor a la patria”; hizo “varios servicios a la nación”, incluso llegó a formar su propia compañía insurgente.
El día del Grito de independencia, cuentan que hasta las mujeres se fueron a la bola, “se olvidaron de su natural piedad de su sexo, y se llenaron del furor de la insurrección.
Doña María Catalina era proindependentista, abrigaba sentimientos de amor a la patria y estaba convencida de la lucha del cura Hidalgo. En 1810, con recursos propios combatió a sus adversarios políticos, ordenando “aprehender realistas”, lo que ella misma comunicó al cura Hidalgo: “yo quedo gloriosamente satisfecha de haber manifestado mi patriotismo”.
Por todo eso, no pocas mujeres pagaron un costo brutal. Algunas perdieron su libertad y pasaron años recluidas en Casas de Recogimiento, que eran centros que servían como correccionales o reformatorios de conductas antisociales.
acusadas de traición al Rey, de conductas perniciosas y hasta de “mujeres prostitutas”, especialmente a quienes convencían a soldados contrarios y los ganaban para su propia causa, como lo hacía Josefa Martínez, quien fue detenida en 1817 y sentenciada a prisión “todo el tiempo que durara la revolución” independentista.
Otras fueron pasadas por las armas o murieron en hechos de arma, como Fermina Rivera, quien junto con su esposo se unió al Ejército de Vicente Guerrero, pero en 1821, cayó sin vida en un campo de batalla, tras un enfrentamiento armado.
Desde entonces, las mujeres han sido un factor clave en las luchas por transformar los sistemas políticos de opresión y todos sus mecanismos clasistas y sexistas, que añoran la implantación de sociedades de castas, segregación y exclusión del pueblo llano.
Si bien muchas de sus luchas no han sido documentadas ni reconocidas a cabalidad por la historiografía tradicional, hoy por hoy la nueva historia crítica ha dado importantes pasos adelante, documentando su papel de agentes de cambio y destacado su contribución en las transformaciones profundas de nuestro país.
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