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Las Plumas

La visita

Para querer a los demás debe quererse primero a ellos mismos. Doña Lucrecia se soltó con una retahíla

Jesús Huerta Suárez

Doña Lucrecia tuvo un extraño presentimiento esa mañana; auguró que alguien muy importante la visitaría muy pronto y, siendo ella como era, obsesiva, se puso muy nerviosa, pues sabía que para recibir a esa visita tan especial tenía que ordenar cuanto antes su casa, pero sobre todo, tendría que resolver algunos asuntos que por años había traído dándole vueltas en su cabeza, pero sin concluir.

Su idea era estar totalmente preparada para recibir a quien creía que muy pronto la vendría a saludar. Además, quería estar lo más relajadamente posible para no distraerse en ningún momento y darse cuenta del momento exacto en que la llegaran a buscar.

Lo primero que hizo fue llamar a sus tres hijos para que vinieran a su casa. Ya estando con ellos les pidió que le preguntaran cualquier cosa que siempre habían querido saber sobre ella, pero antes les contó que ella siempre había sido una mujer agradecida con Dios y con la vida, y qué si algo bueno les podría dar, además de su hogar y algunas posesiones, era el consejo de que nunca olvidaran que, hicieran lo que hicieran, fueran a donde fueran, nunca se olvidaran de ser felices.

Les recordó que para poder querer a los demás tenían que quererse primero a ellos mismos. Y así, doña Lucrecia, se soltó con una retahíla de consejos y solicitudes, haciendo que sus hijos se sintieron extrañados, a pesar de saber que su madre siempre había sido muy sentimental.

Para evitar que alguien la pudiera distraer y para saber exactamente con cuánto dinero contaba, se encargó de pagar todas sus deudas. A sus amigas les devolvió los libros y las cosas que le habían prestado, y junto con eso, les dio un fuerte abrazo justo al momento en que las lágrimas comenzaban a correr por sus mejillas. No era nada extraño que la señora llorara, más desde que había entrado en la menopausia pero, aun así, a sus amigas les extrañó tanto drama, pues el climaterio le había llegado hacía mucho tiempo.

Doña Lucrecia comenzó a levantarse más temprano a regar su jardín que había tenido olvidado. Después de hacer sus ejercicios de respiración y meditación matutina, tomaba un baño de agua helada, comía algo y se iba a la iglesia. Escuchaba la misa y se quedaba un poco más para hacer sus oraciones ya que últimamente había descubierto que tanto el santuario como rezar le dejaban una gran tranquilidad.

Poco a poco, con tal de estar presentable para recibir a su visita dejó de comer en exceso. Caminaba media hora diaria y tiró los cigarros y el tequila a la basura. No quería nada de lagunas mentales provocadas por el alcohol, ni lucir grisácea por el tabaco.

Esta nueva forma de vida le provocó que cada amanecer y cada atardecer se convirtieran en un momento de gozo extremo. Sacó sus viejos discos del baúl y revivió los tiempos idos. Sacó también todas las fotos de su esposo, sus hijos y demás familiares las observó una y otra vez y las ordenó de manera perfecta junto con anotaciones para quien quisiera verlas.

Doña Lucrecia ahora siempre traía una sonrisa en cara. Sus ojos claros resplandecían entre su pelo cano. Se sentía realizada y lista para seguir disfrutando la vida.

La noche del sábado se acostó temprano viendo una de sus películas favoritas y se quedó dormida. A la media noche escuchó que tocaban. Se levantó despacio y se dirigió a la puerta. Al abrirla se encontró con la visita anunciada; por fin había llegado. Le tendió la mano y cayó rendida a sus pies:… era la muerte que había venido a buscarla.

“Ella dijo, yo sé lo que se siente estar muerta”

THE BEATLES

Jesushuerta3000@hotmail.com