A más de 200 años del juramento del Acta de Independencia, todavía sabemos muy poco del papel político-militar que jugaron las mujeres en el contexto de la guerra de Independencia, de sus motivaciones, riesgos y sufrimientos asociados a su lucha.
Aunque hay estudios robustos que arrojan luz a ese respecto, aún es mucho más lo que ignoramos que lo que sabemos de su participación en la gesta independentista, pese a que no fueron indiferentes y mucho menos neutras; algunas apoyaron a los realistas y muchas más a los independentistas. De hecho, el movimiento de Independencia no se explica cabalmente sin el reconocimiento de la participación femenina, cuyas actividades políticas y bélicas abonaron el terreno de la insurgencia y el triunfo de su célebre y memorable causa.
Lamentablemente existe un hueco profundo, un lamentable vacío de conocimiento palmario en los programas, textos y discursos escolares, cuyos contenidos y abordajes no sólo son tradicionales y hartamente repetitivos, sino también sesgados y limitados.
Su enfoque pedagógico no va más allá de visibilizar a los héroes y las heroínas más populares, cuya historia de bronce, con su narrativa oficial y escolar, ha inculcado e instalado en la cultura e imaginario colectivo, destacando principalmente el caso de la corregidora Josefa Ortiz Téllez Girón, entre otras menciones de próceres.
De ella, el discurso escolar ha destacado; a lo sumo, su relación conyugal con el corregidor de Querétaro, don Miguel Domínguez, y la osadía de informar a Hidalgo y Guerrero de que fueron descubiertos los planes subversivos, pero ignora que era partidaria activa de su organización y que de su ronco pecho salió la voz de inicio de la insurrección, por cuyos actos sediciosos fue privada de su libertad.
Nadie mejor que las autoridades realistas sabían que Josefa era una mujer echada para delante, con una definida conciencia política y convicción independentista, tanto que un funcionario del bando contrario rastreaba sus pasos e investigaba sus quehaceres, por órdenes superiores, de cuyas averiguaciones informó que había entre los insurgentes "otro agente afectivo, descarado, audaz e incorregible, que no pierde ocasión de inspirar odio al rey, a la España y a la causa legítima de este reino... Y tal es Señor Excelentísimo la mujer del corregidor de esta Ciudad (de Querétaro)".
Más marcado y deliberado es el menosprecio hacia otras mujeres rebeldes, como María Catalina Gómez, por recordar sólo un caso ejemplar, para quién no existe una calle, una escuela, un monumento o una plaza pública, que lleve su nombre de pila. Por consiguiente, mucha gente letrada o no, incluyendo los colectivos escolares, no la tienen en el santoral laico de héroes y heroínas de su predilección.
Traigo a cuento el caso de María Catalina Gómez, porque es un ejemplo de otras mujeres que abrazaron la causa por ideas propias, conciencia política y convicción ideológica, que fueron las motivaciones esenciales de su fervor independentista.
Se sabe que María era una mujer de élite. Vivía bien, estaba informada de los asuntos políticos y tenía su propia fortuna, que ella misma usó para financiar acciones que favorecían el impulso del movimiento de independencia.
En octubre de 1810, hace 215 años, justo cuando la insurgencia daba sus primeros pasos, María Catalina Gómez escribió una carta al cura Miguel Hidalgo, en la que expresó su sentir por servir a la patria: "Yo quedo gloriosamente satisfecha de haber manifestado mi patriotismo".
Es cierto que no hubo miles de mujeres como Catalina Gómez, que pusieron el cuerpo, la palabra y sus bienes en pro de la causa libertaria; pero el caso de ella, como el de otras tantas catalinas desconocidas, no debe seguir más en el olvido; merece ser mencionado y reconocido por todas y todos los mexicanos, desde una edad temprana, por lo que la Nueva Escuela Mexicana está llamada a escribir una página más de la historia patria y, consecuentemente, superar ese lamentable vacío.