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Las Plumas

Jueces corruptos

La comparecencia de Carlos Amaya en camilla ante el Juzgado revela que no han erradicado las nauseabundas inercias del pasado

Francisco Gonzalez Bolon

Como en la canción aquella de “Algo huele mal en Dinamarca”, la comparecencia del licenciado Carlos Amaya Guillén en una camilla de ambulancia ante el Juzgado Tercero de lo Civil revela que ni siquiera el arribo de la llamada Cuarta Transformación a Sonora ha podido erradicar las nauseabundas inercias del corrupto pasado.

En primer lugar, lo menos leve, si así se le puede catalogar, esta situación tan poco común desnuda un hecho que no por conocido deja de ser criticable: el viejo edificio del Gobierno del Estado, construido en la administración de Samuel Ocaña García (1979-1985) ya es mayor de edad y no cuenta siquiera con un elevador para las personas con alguna discapacidad y, como ya se ha evidenciado, ni tan solo con un extintor de incendios, en caso de que ocurriese alguno.

Administraciones van y vienen y la oficina de Bienes y Concesiones solamente ha sido utilizada por funcionarios baquetones a los que les importa más llenar sus bolsillos y hacerse de terrenitos bien ubicados, que poner remedios a tantos problemas existentes en los edificios propiedad del Estado.

Por ejemplo, si un adulto mayor desea sacar un acta de nacimiento debe subir dos plantas para obtenerla y se complica la situación cuando se trata de personas con discapacidad, pero nadie ha respondido a los llamados que a través de diversos medios de comunicación se han lanzado por parte de las víctimas de este problema.

Y en el caso específico de los juzgados, o del Poder Judicial en sí, la verdad es que la población tiene una percepción muy aguda de que huele a podrido.

Amaya Guillén denunció precisamente en junio del año pasado la mala actuación de la entonces Juez Familiar, Verónica Zamora Cota, cuya parcialidad en las resoluciones derivaba en conflictos todavía mayores para los implicados, en vez de tener paz luego de un litigio desgastante.

Pues bien, esa Juez es la que lo llamó ahora a comparecer, pero escudada ya en el Juzgado Tercero Civil. O sea en vez de investigar y castigar la mala conducta de la funcionaria en lo Familiar, se le premia con la titularidad de otro juzgado, pero de la rama Civil.

“Es una represalia y abuso de poder”, expresó el abogado sobre el actuar de la Juez. Y no le falta razón. Cualquiera que sea el tema por el que haya hecho comparecer al abogado, el saber que recientemente perdió parte de una pierna obliga a tomar otra actitud, conforme al más elemental sentido común.

Pero como la funcionaria está ávida de venganza, quiso incluso hasta burlarse del abogado sin darse cuenta en realidad que con su conducta más bien desnuda lo nauseabundo del Poder Judicial y la necesidad de que haya una renovación total en esa instancia.

Ojalá las acciones de la Contraloría General del Estado se amplíen hacia la actuación de policías, agentes del Ministerio Público, secretarios de Acuerdo, jueces y otras áreas en las que la corrupción está enquistada e impide que haya una real transformación de la sociedad.

Nadie debe permanecer ajeno a un cambio de actitud, personal y colectivo, que degrade a lo más ínfimo a la sociedad, tanto que, como lo documenta la organización Mexicanos contra la Corrupción, “tres años atrás los encuestados consideraban que los tres principales problemas del país eran la inseguridad, la corrupción y la pobreza”.

“Si bien el presidente nunca los negó, sí se lavó las manos, diciendo que las anteriores administraciones neoliberales eran responsables de esos males. Tres años después, una parte de la ciudadanía sigue considerando a la inseguridad y a la corrupción como dos de los principales problemas de México, a los que hay que añadir a la economía que, sin duda, está relacionado con el problema de la pobreza”.

Esto muestra que ni la 4T es ajena a la corrupción. Todo lo contrario, desde la famosa frase de que “a mí no me vengan con que la ley es la ley” hasta los diversos casos señalados contra funcionarios actuales, recuerdan que la naturaleza corrupta de los mexicanos está bien atada a su epidermis y no hay manera de deshacerse de ella si los ejemplos desde lo alto del poder encaminan a más de lo mismo.

En corrupción, decía la promesa de campaña, “la escalera se barre de arriba hacia abajo”.

Hoy vemos que ni escobas hay.

Comentarios: franciscogonzalez.bolon@gmail.com