No hay ingrediente de responsabilidad y de misión en el feminismo radical que se enmascara, no para cambiar a la sociedad, sino para denigrarla con actos de violencia instrumentados y preparados con toda intencionalidad; guiones confeccionados minuciosamente con los que se construyen callejones sin salida, y luego detonados a la sombra artificiosa de la impaciencia. Enseguida el masivo despliegue mediático que termina por imponerle la agenda de discusión al gobierno y a las instituciones. Estos son los rasgos característicos de las manifestaciones feministas registradas en la Ciudad de México y la del domingo pasado en la ciudad de Hermosillo que terminó con la vandalización de las instalaciones del Supremo Tribunal de Justicia del Estado.
Llama la atención que grandes figuras femeninas de la historia, no hayan tenido como motivación su condición de género; más bien su personalidad brilló por la entrega a una causa estrechamente vinculada al funcionamiento de la sociedad y al futuro de la humanidad. Acuden a la memoria mujeres como Madame Curie y sus grandes aportes a la ciencia, Rosa Luxemburgo con sus brillantes contribuciones en el campo de la economía, la Madre Teresa de Calcuta con su desconcertante entrega y cuidado a los más desprotegidos; la valentía de Rosa Park, quién desafió los terribles remanentes de una sociedad esclavista en los Estados Unidos, logrando garantías sociales no reconocidas a las minorías. Sin dejar por fuera a la legendaria Juana de Arco, quien puso su temprana vida al servicio de la misión de rescatar a Francia, desarmada por la cobardía de un rey y amenazada por la dominación inglesa.
Ninguna de estas mujeres, como otras de esa misma estatura moral, observaron y entendieron el mundo a través del cristal de su condición biológica o sexual. Se asumieron en forma auto consciente, como integrantes de la especie humana y definieron su condición de igualdad en aquello que le es común al hombre y a la mujer: su capacidad creativa. Entendieron que el intelecto humano no tiene sexo, y así superando los prejuicios y limitaciones de su época, no se dedicaron a construir una brecha contra lo masculino. El horizonte de su misión estaba muy lejos de un ensimismamiento de género.
Como en todo proceso social, en este caso hay creyentes y agentes. Lo que se observa es que la mayoría de las mujeres asistentes a las manifestaciones sirven de cobertura inocente a grupos previamente avituallados y entrenados para actuar violentamente. Es claro que se trata de una conformación que tiene comando y financiamiento internacional, desde donde se define también la agenda ideológica. Lo que ahora explota como una moda, se ha venido madurando desde finales de los años sesenta y principios de los setenta, cuando empezó a germinar la cepa doctrinaria contra los valores en los que se fundamenta la cultura occidental. No hay elemento de racionalidad en la disputa, porque a la razón misma se le considera autoritaria.
En torno a estas construcciones ideológicas arbitrarias, se define al Estado como un ente consustancialmente masculino y violador. Las acciones violentas de estas expresiones feministas no procuran el descrédito de un gobierno como tal, sino el descrédito del Estado para debilitarlo y ponerlo a merced de corporativos privados y de una oligarquía financiera liberal que históricamente se ha opuesto a esta forma de organización social y política que los pueblos se han dado en la búsqueda y consecución del bienestar general. Por lo mismo no sorprenden los oficios del mega especulador George Soros, como uno de los principales mediadores en la creación de los fondos multimillonarios con los que se alimenta y promueve esta agenda.
A la sombra y protección de este andamiaje internacional, se proyecta en México la manifestación del nueve de marzo con la consigna "El nueve nadie se mueve". El presidente López Obrador, olfatea que es contra su gobierno. Circunstancialmente sí lo es, como lo sería contra el que estuviera en turno, porque la ofensiva es contra el Estado Nacional.