De profesores a revolucionarios/IV

En el contexto de la lucha armada antihuertista, el profesor Holguín acompañó con un 30-30 en manos a las fuerzas carrancistas

De profesores a revolucionarios/IV

Más aún, Leonardo Holguín tenía nociones de pedagogía. Probablemente aprendió algunos elementos de teoría y práctica docente en la escuela del profesor José Lafontaine, en la que sus alumnos, además de cursar el programa de enseñanza obligatoria en cuatro años lectivos, podía de teoría y otro de práctica docente, lo que los habilitaba para optar por una plaza docente de primaria, como sucedió con Antonio G. Rivera y Eduardo W. Villa, ambos alumnos del maestro Lafontaine.

Hacía 1905, el profesor Holguín enseñaba en la escuela pública de varones de Ures, bajo la dirección de José Lafontaine. Entonces ostentaba la categoría de "ayudante", como se clasificaba entonces el personal con funciones docentes, cuyo sueldo ascendía a 40 pesos mensuales, pagados con dinero del fondo de subvenciones, que era como el Gobierno estatal ayudaba al municipal en los gastos de escuela. En este caso particular, se trataba de una ayuda económica superlativa, pues el gasto mensual en sueldos andaba en 460 pesos, de los que el Gobierno del Estado pagaba 330 pesos, mientras el Ayuntamiento aportaba el resto, con cuyo monto total pagaban las mensualidades de un director, un intendente y seis docentes, incluyendo uno de inglés.

Más adelante, en el contexto de la lucha armada antihuertista, el profesor Holguín acompañó con un 30-30 en manos a las fuerzas carrancistas y participó en algunos hechos de arma, incluso fuera de su Estado natal, hasta que dio el último suspiro tras una cruenta batalla entre las fuerzas carrancistas y huertistas, cuya vida no sacrificó en vano, dado que, al final del día, su bando político-militar alcanzó la victoria definitiva.

Por último, importa mencionar también el caso de Alfredo Caturegli, un personaje con estudios superiores y un par de carreras en su haber. Francisco R. Almada afirma, en su Diccionario biográfico, que fue médico de profesión en Hermosillo, donde tenía su propio consultorio y se promocionaba como un galeno formado en la flamante Escuela Nacional de Medicina de México, seguramente con el apoyo de una beca del Gobierno de Ramón Corral, hombre ilustrado que tenía entre los compromisos de sugestión mandar mujeres y hombres jóvenes a estudiar una carrera fuera del Estado, ya en medicina e ingeniería, docencia o artes, como se advierte en su voluminosa memoria de Gobierno de 1896.

Pero antes de ponerse la bata de galeno, Alfredo Caturegli estudió la carrera de profesor de primaria y prestó sus servicios por algún tiempo en escuelas de la capital sonorense, donde había visto su primera luz en 1873. En sus años juveniles, fue parte de una selecta generación que estudió en la Escuela Normal de Maestros, con sede en la capital mexicana, gracias al apoyo económico del mismo gobernador Corral, que no sólo invertía dinero público en becas estudiantiles, sino también contrataba profesores titulados fuera del Estado, como a Carlos Martínez Calleja, a quien un antiguo alumno recuerda como un profesor de gran prestigio, por sus dotes, entrega y aportaciones pedagógicas en el viejo puerto de Guaymas.

Como otros colegas suyos, en 1910, el profesor Caturegli se unió al partido maderista, cuya militancia naturalmente fue bien vista, tanto que al triunfo de la causa fue electo diputado al congreso local, en 1911. Posteriormente, se pronunció contra la imposición del espurio presidente Victoriano Huerta y rehusó reconocerlo como jefe del Ejecutivo Federal. Además, fue nombrado cónsul en la ciudad de Nueva York y Chicago, donde desempeñó funciones diplomáticas a nombre del Gobierno carrancista.

Por lo escrito aquí, se puede afirmar que los maestros; incluso las maestras, no fueron indiferentes a la tormenta revolucionaria. Las casos expuestos antes, son ejemplos, a mi modo de ver, que ilustran sobre la indignación del magisterios, que compartía con otros sectores sociales, quienes estaban en desacuerdo e impugnaban el mal Gobierno, por lo que éste no contó con ellos más que como sus adversarios radicales, por lo que algunos no vacilaron en dejar la escuela e irse a la bola, para prestar sus servicios político-militares a los jefes revolucionarios y, consecuentemente, no pararon hasta cantar victoria de una vez por todas.