Antes de dirigir la escuela de Buenavista, el profesor Calderón trabajó algunos años como minero y mucho tuvo que ver en la huelga de 1906, cuya osadía sediciosa pagó con tortura y varios años de prisión, hasta que fue liberado por obra y gracia del nuevo gobierno de Madero. Fue entonces cuando volvió a sus andanzas de maestro en el barrio de Buenavista, donde se le vio al frente de la escuela primaria del lugar, en la que además de ostentar la categoría de director, desempeñaba tareas de profesor de grupo, cuyos resultados eran bien calificados por el supervisor escolar, según sus informes de visita.
Hacia 1913, dejó la escuela para tomar participación en la rebelión antihuertista, que partió de Nacozari de García con un importante contingente de ciudadanos armados, entre los que había obreros y profesores, integrantes de la denominada Primera División Fronteriza del Ejército Constitucionalista del Estado de Sonora. Previamente publicaron el "Manifiesto a los habitantes de Sonora", en el que alertaba: "La Patria está en peligro, las instituciones amenazadas de muerte, los derechos del pueblo encarnecidos, la ley violada y la Constitución profanada"; por consiguiente, llamaron ¡A las armas!, para restituir a balazos la vida republicana.
Pasada la tormenta armada, Esteban Baca Calderón fue electo diputado federal al Congreso Constituyente, el que participaron como una docena más de profesores, entre ellos Luis G. Monzón, sonorense por adopción, cuyo mérito más encomiable fue haber dado a luz la Constitución Política de 1917, que delegó en el gobierno Federal rectoría educativa y reafirmó los principios de laicismo, obligatoriedad y gratuidad de la educación pública.
Por lo que hace al extinto profesor Antonio G. Rivera, cabe destacar que estudió la carrera para maestro en la antigua escuela de varones de Ures, que regenteaba el decano profesor José Lafontaine, un pedagogo de sólida formación y buen prestigio, llegado a la llamada Atenas Sonorense a finales del siglo XIX, procedente de su natal Francia, donde había estudia la carrera de profesor. Hacía 1905, Antonio Rivera era alumno quinto grado, muy aplicado, por cierto, con calificaciones aprobatorias en todos los rubros sujetos de evaluación, como el de asistencia, conducta, aplicación y aprovechamiento, en los que obtuvo las notas más altas.
El siguiente ciclo escolar, y tras haber concluido un año de prácticas pedagógicas, que entonces era un paso obligado para concluir la carrera, el joven Rivera recibió su diploma de maestro y luego se le vio enseñando en algunas escuelas pueblerinas, como la primaria de Suaqui, jurisdicción del distrito de Ures, en donde, a decir de él mismo, combina su labor docente con la de predicador del antirreeleccionismo, inspirado en el libro de Madero "La sucesión presidencial en 1910", en el que fundamentaba sus críticas al mal gobierno porfiristas e incitaba al pueblo a luchar por el "sufragio efectivo y no reelección", lo que le valió que fuera hostilizado y visto como un profesor no grato.
Antes ya se había rebelado contra las autoridades locales, por la falta de pagos devengados; incluso amagó con no abrir la escuela, como presión para conseguir la liquidación de los sueldos adeudados. Posteriormente, se fue a la bola y acompañó a las fuerzas maderistas hasta cantar victoria, para luego volver a los suyo, a la escuela y seguir enseñando.
Al ocurrir el asesinato de Madero, el profesor Rivera volvió a sus andanzas de insurrecto y no paró hasta que las fuerzas de su bando acabaron con la pretensión de Victoriano Huerta de entronizarse en la Presidencia, en cuya victoria ayudó también desde la trinchera del periodismo revolucionario. Mediante los periódicos "El Demócrata" y "Sabía Nueva", que el mismo dirigía, condenaba e impugnaba al gobierno golpista del Gral. Huerta y deba cuenta de los rumbos que tomaba la revolución constitucionalista, cuyo jefe máximo en el estado era el exprofesor Plutarco Elías Calles, sólo por debajo de su jefe don Venustiano Carranza.
El profesor Antonio G. Rivera fue diputado en el Congreso Constituyente de Sonora. En su haber, no sólo figura el reconocimiento de haber sido parte de la primera generación de legisladores surgidos de la revolución triunfante, sino también tuvo el mérito de haber abogados por el magisterio y ganar además consenso entre sus pares, para decretar el Día del Maestro en Sonora, tal y como ya se había se había establecido a raíz de un decreto emitido por el presidente Carranza, dos años atrás.
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