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Las Plumas

De política y cosas peores

El reo se disponía a disfrutar de ese agasajo final cuando llegó a toda prisa el magistrado presidente del Tribunal de Penas. “¡Suspendan todo!...


“Al hacer el amor mi marido termina demasiado rápido”. Eso declaró doña Marufa en el desayuno semanal del Club Silvestre. Tres de las socias asistentes dijeron al unísono: “Conmigo no”. Babalucas se ganaba la vida vendiendo en un carrito paletas heladas. Aquella mañana la temperatura era de 15 grados Celsius bajo cero; soplaba un viento gélido y una capa de hielo cubría las calles de la ciudad. Babalucas dispuso el carrito con su mercancía y le anunció a su esposa: “Voy a salir a vender las paletas”. Exclamó la señora, estupefacta: “¿Con este tiempo?”. Declaró el badulaque. “Me pondré el suéter”. Don Colito y doña Ñanga cumplieron 25 años de casados, y celebraron el aniversario con una comida, los dos solos en su casa. Cuando se terminaron la ensalada doña Ñanga se puso en pie y le quebró el plato en la cabeza a su marido. “¿Por qué hiciste eso?” -preguntó él dolido y asombrado. Respondió la mujer con acento rencoroso: “Por haberme dado 25 años de mal sexo”. Prosiguieron en silencio la comida. Acabado el plato fuerte don Colito le dio en el occipucio un cacerolazo a su señora. Preguntó ella, indignada y dolorida: “¿Por qué me diste con la cacerola un golpe en el occipucio, que ni siquiera sé lo que es?”. (Es lo que popularmente se conoce como nuca). Contestó, hosco don Colito: “Por haber descubierto la diferencia”. Don Jenizario, el alcaide de la prisión, le llevó personalmente la última cena al condenado a muerte que iba a ser ejecutado. En la charola iba un suculento filete -medium rare- con papas, un pay de manzana con acompañamiento de helado de vainilla, una copa de vino tinto, una taza de café brasileño y un habano. El reo se disponía a disfrutar de ese agasajo final cuando llegó a toda prisa el magistrado presidente del Tribunal de Penas. “¡Suspendan todo! -clamó en tono imperativo-. ¡Acaba de aparecer el verdadero culpable del crimen por el cual este hombre fue juzgado! ¡Se le ha declarado inocente, y en este mismo momento puede irse a su casa!”. Don Jenizario se dirigió al reo: “Te jodiste. Ahora todo esto me lo voy a comer yo”. He aquí la historia del perico espía. Es un relato con elevado contenido sicalíptico, de modo que las personas con pruritos de pudicia harán bien en suspender en este punto la lectura. Cierto señor fue a una tienda de mascotas a buscar un loro. El encargado del local le dijo: “Tengo uno que le interesará. Cuesta 50 mil pesos”. “¿Por qué tan caro?”, -se asombró el presunto cliente. Replicó el de la tienda: “Porque es un perico muy especial. En ninguna parte encontrará usted uno como él”. Preguntó el señor: “¿Qué tiene de especial?”, preguntó el hombre. “Es espía. Cuando regrese usted a su casa por la noche el perico le contará todo lo que ahí pasó en su ausencia”. “Eso me interesa” -declaró el señor-. No dijo por qué le interesaba: tenía recelos acerca de la conducta de su esposa. El vendedor le informó: “Otra cosa debo decirle del perico. No tiene patas, pues nació sin ellas. Pero se detiene en la percha enredando en ella su cosita”. A pesar de esa minusvalía el señor compró el cotorro, lo llevó a su casa y lo puso en la recámara. El primer día, al volver del trabajo por la noche, se encerró con él y le pidió que le dijera lo que en el curso del día había sucedido. Le contó el perico: “Vino un tipo y entró aquí con tu señora. La besó, le hizo caricias voluptuosas, la desvistió, se quitó la ropa él y juntos entraron en la cama”. “¿Y luego? ¿Y luego?” -preguntó el señor, ansioso-. “Luego no sé decirte más -confesó el loro-. Con la excitación mi cosita se me desenredó, me caí de la percha al suelo y ya no pude ver nada”. FIN.