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Las Plumas

De política y cosas peores

Se diría que los ideólogos morenistas y petistas, por llamarlos de alguna manera, obtuvieron su formación política leyendo los monitos de Rius


"¡Viva Hitler!". El grito partió de la garganta de un niño de 5 años que, subido sobre los hombros de su padre, veía el desfile de banderas el Día de las Américas. Cuando pasó la de Estados Unidos el pequeño profirió esa exclamación. ¿El año? 1942. ¿El papá? Tulito -diminutivo de Antulio-, amigo de mi padre, por quien supe que el pobre hombre perdió su empleo en el Municipio por causa del grito de su hijo. México había declarado la guerra al Eje, y se pensó que el chiquillo gritó lo que en su casa oía. Un germanófilo no podía formar parte de la burocracia municipal, pues de seguro entregaría a Alemania secretos de importancia. No fue Tulito la única víctima de esa psicosis de guerra. Cuando un iracundo ebrio quebró a patadas la taza de baño de una cantina de barriada, "El Heraldo del Norte", uno de los dos periódicos que en Saltillo había, dio la noticia a seis columnas, en la primera plana, con el siguiente titular: "Germanófilo rompe excusado inglés". El equivalente actual del grito que lanzó aquel niño es "¡Viva Putin!". Con su actitud, que solamente puede ser tildada de idiota, parecieron dar ese grito los diputados de Morena y del PT -más uno del PRI- que se solidarizaron con la guerra expansionista del tirano ruso, tan parecida a la agresión perpetrada por Hitler contra Polonia en 1939. El sectarismo izquierdoso más elemental, obtuso y anacrónico fue origen de esa demostración. Se diría que los ideólogos morenistas y petistas, por llamarlos de alguna manera, obtuvieron su formación política leyendo los monitos de Rius. Seguramente quienes agasajaron en San Lázaro al embajador de Putin pensaron que con eso agradarían a AMLO, su amo y señor, alineado vergonzantemente con países donde la libertad, la democracia y la justicia ondean sus banderas, como Venezuela y Cuba. Bien dice la expresión de pueblo: Pa' vergüenzas no gana uno. "El buey solo bien se lame". Tal era la divisa, mote o lema de don Celibio, que a los 50 años de su edad se mantenía soltero. "No necesito mujer -decía terminante-. Me las arreglo con mis propias manos". Afirmaba que su condición de célibe tenía efectos salutíferos, y daba un consejo que debía seguir quien quisiera llegar a centenario: "Come poquito, bebe vinito y duerme solito". Otra frase favorita mencionaba: "La esposa ayuda a su marido a sobrellevar las penas que no tendría si no tuviera esposa". Sucedió que una noche don Celibio asistió a una reunión social, cosa muy rara en él, pues solía ir a la cama a dormir a las 8 de la noche, a efecto de ahorrar luz. Le tocó estar sentado en un sillón al lado de la señorita Himenia, soltera también. Quizá por instinto de conservación don Celibio se alejó lo más posible de su vecina de asiento. Ocupó el último extremo del sillón; casi se sentó en el brazo. Himenia advirtió eso y le dijo con un mohín de coquetería: "No se vaya tan allá, señor. Las mujeres no mordemos". Repuso de inmediato don Celibio: "A la mordida no le tengo miedo. A lo que le temo es a la tragada". Un hombre y una mujer habían pasado un mes de recuperación en un club naturista basado en el nudismo. Él conservaba restos de su juventud, y ella era dueña de voluptuoso cuerpo. Transcurridos esos días en que los asistentes al retiro ventilaron sus diferencias ambos volvieron al seno de la sociedad. Una mañana se cruzaron en la calle. Ella se detuvo al verlo, pero él siguió de largo sin reconocerla. "¡Señor Veteta! -lo llamó la bella mujer-. ¿Ya no me recuerda? Soy, Pechina. Nos conocimos en el club nudista". "¡Mil perdones, Pechinita! -se disculpó Veteta-. La verdad es que no la reconocí. Allá en el club nunca le vi la cara". FIN.