De política y cosas peores
La tormenta más terrible que enfrenté en mi vida fue la vez que llegué a mi casa después de dos años de navegación
"El amor no se derrama. / La gratitud no aparece. / Solo una madre nos ama / y solo un perro agradece". Esta lapidaria cuarteta pertenece a Antonio Plaza, poeta lapidario. Algo se me debe haber pegado del Terry, inolvidable perro mío, pues me precio de ser agradecido. Quien me haga un bien puede tener la certidumbre de que no lo olvidaré. Por eso, contra toda corrección política, digo que nunca negaré el afecto que guardo a Humberto Moreira, quien tiene luces y sombras, igual que todos los humanos. La verdadera amistad consiste en querer a tus amigos a pesar de tus defectos. Muchísimos tengo yo, pero entre ellos no figura el de la ingratitud, y siempre habré de agradecer la forma en que Moreira apoyó mis proyectos culturales en bien de mi ciudad; el modo señoril en que, siendo alcalde, celebró mis 25 años como Cronista de Saltillo (hizo publicar un libro de generoso título referido a mi persona: "El profeta en su tierra"), y ya como gobernador atendió mi petición de restaurar la escuela y la casa del maestro en el Potrero de Ábrego, lo mismo que el comedor que mi señora y yo construimos para los niños campesinos. También, por supuesto, reconozco sus yerros, algunos de ellos debidos a la excesiva confianza que depositó en varios de sus colaboradores. Otros fueron errores propios, por ejemplo, cuando demandó a Sergio Aguayo por difamación de honor. En esa ocasión escribí, sin faltar a la lealtad ni al agradecimiento, que en dicho caso yo estaba del lado del demandado, no del demandante. La Suprema Corte dio finalmente la razón a quien la tenía, y con ello quedó salvaguardado un valor supremo: el de la libertad de expresión. Aplaudo a las ministras y ministros, y veo en su sentencia un valioso precedente que servirá para proteger a quienes sirven a la nación a través del ejercicio de la crítica. Enhorabuena. Bragueto se llamaba ese cazafortunas. Puso el ojo -los dos-en Monetina, mujer poco agraciada pero rica. La cortejó con artificio y labia, y consiguió que le diera su mano, como primer paso para que luego le entregara su chequera. Pero la novia era tan fea, dicho sea, con el mayor respeto, que en la noche de bodas el avieso galán no pudo izar el lábaro de su varonía. No son pocos los novios a quienes eso les pasa por cuestión de nervios. A Bragueto le sucedió por motivo de estética. Con suplicante voz le pidió a su desposada: "¡Por favor, Monetina, dime cuánto dinero tienes en el banco, a ver si al oír el dato se anima ésta!". (Nota. Ayudaría también la mención de acciones, bonos y certificados de depósito, lo mismo que la de bienes raíces, efectivo en caja y cuentas por cobrar). El viejo marinero (The ancient mariner) llegó a los 100 años de su edad, y una joven reportera fue a entrevistarlo. Le preguntó primero a qué atribuía el hecho de estar cumpliendo 100 años, a lo que el anciano nauta respondió que lo debía principalmente al hecho de haber nacido en 1922. Luego la periodista quiso saber cuáles fueron las mayores tempestades que el marino afrontó en su vida. Relató él: "Una de ellas fue en el Cabo de Hornos. Esa vez pensé que mi barco iba a naufragar. La otra fue cuando en el Mar de la China me sorprendió un tifón. Ahí perdí todo el velamen de mi navío y una pipa de boj herencia de mi padre.
Pero la tormenta más terrible que enfrenté en mi vida fue la vez que llegué a mi casa después de dos años de navegación, y no estaba mi señora. Venía yo muy urgido, y me lancé sobre la mucama, que me recibió de buen grado, pues era mujer caritativa que a nadie negaba nunca un vaso de agua. Sobre ella estaba cuando entró mi esposa. ¡Viera usted la tempestad que se me armó!". FIN.