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Las Plumas

De política y cosas peores

Más que de ultrajes a la autoridad debería hablarse de ultrajes de la autoridad. No son ultrajes a la autoridad las críticas que los periodistas...


Hay preguntas que no tienen respuesta. ¿Dónde está la otra mitad del Medio Oriente? Si la gente de Holanda usa suecos, la de Suecia ¿usa holandos? ¿Por qué usan una aguja esterilizada para aplicar una inyección letal? Otras preguntas, en cambio, sí admiten contestación. ¿Por qué el elefante tiene cuatro pies? Porque con uno no satisfaría a la elefanta. Sucedería algo parecido a lo que aconteció cuando contrajo matrimonio Meñico Maldotado, joven varón con quien natura se mostró avarienta al proveerlo en la parte correspondiente a la entrepierna. En la noche de bodas lo vio al natural su desposada y se alegró: "¡Qué bueno! ¡Así no me va a dar pena no saber cocinar!". Últimamente se debatió acerca de un delito llamado "ultrajes a la autoridad". ¿Ultrajes a la autoridad? No podía admitirse semejante ilícito. De don Mariano Jiménez Huerta, mi excelente maestro de Derecho Penal en la Facultad de Derecho de la UNAM, aprendí la teoría de la tipificación, según la cual una conducta debe encuadrarse cabalmente dentro de la norma antes de ser considerada punible. ¿Ultrajes a la autoridad? Eso me lleva a recordar aquel infame delito llamado de disolución social, contra el cual luché lo mismo en la cátedra que en el activismo, delito por el cual muchos destacados mexicanos fueron a dar injustamente a la cárcel en el tiempo de la dominación priista. Más que de ultrajes a la autoridad debería hablarse de ultrajes de la autoridad. No son ultrajes a la autoridad las críticas que los periodistas hacen a quien ejerce el poder, pero sí son ultrajes de la autoridad las injurias que el gobernante lanza contra aquéllos que en uso de su libertad de expresión denuncian sus excesos o los de sus familiares o favorecidos. Ultrajar es lo que hace López Obrador casi cotidianamente al ejercer lo que él llama su derecho de réplica, y que no es argumentación razonable y razonada, sino sarta de insultos dirigidos a sus críticos. Sus violentos ataques a Carmen Aristegui, a Brozo, a Loret de Mola, son ofensas graves. Desde luego las cosas se toman de quien vienen y esos insultos dañan mayormente al ofensor que al ofendido, pues más parecen de jaque de cantina que de presidente de una nación como México. Ojalá veamos llegado el día en que AMLO deje de hacer ultrajes a su investidura. El salaz viajero se acercó a la bella mujer en la barra del lobby bar del hotel, y a fin de entablar plática con ella le dijo untuoso, meloso y obsequioso: "Mi signo es Tauro. ¿Cuál es el tuyo?". Respondió ella expeditivamente: "El de pesos, guapo". (Al joven Candidito una amiga suya aficionada a la astrología le preguntó con interés: "¿Bajo qué signo fuiste concebido?". Respondió el ingenuo muchacho: "Bajo uno que decía: 'No pise el césped'"). En tiempos pasados se decía que los maquinistas de ferrocarril, cuando después de un viaje largo llegaban a su lugar de origen, sonaban tres veces el silbato de su locomotora al pasar frente a su casa. Hacían eso para dar tiempo a que su esposa despidiera sin prisas ni sobresaltos a su acompañante, si con alguno estaba. Don Treno, ferrocarrilero, olvidó una madrugada esa prudente y sabia previsión, y cuando llegó a su domicilio y entró en la alcoba halló a su mujer en el lecho conyugal muy amartelada con el boletero de la estación. Ambos se encontraban sin ropa alguna y con señas de haber estado entregados a una actividad que requería gran esfuerzo físico, pues los dos respiraban agitadamente, y su jadeo no sonaba al de quienes están haciendo calistenia. Antes de que don Treno pudiera pronunciar palabra su señora habló: "Si te digo que no estamos haciendo nada no me lo vas a creer ¿verdad?". FIN.