Las Plumas

De política y cosas peores

"Jamás podrás entrar en mi corazón", dijo Dulcibel, muchacha de buenas costumbres, a Libidio, hombre de malas. "No es ahí donde quiero entrar"

De política y cosas peores

"Jamás podrás entrar en mi corazón". Esa lapidaria frase le espetó Dulcibel, muchacha de buenas costumbres, a Libidio, hombre de malas. "Nada importa -replicó, displicente, el lúbrico sujeto-. No es ahí a donde quiero entrar". Glafira, la hija de don Poseidón, fue a estudiar en la universidad. Doña Holofernes, la esposa del granjero, le informó a su marido: "Recibí un mensaje de Glafira. Me dice que ya la matricularon". "¡Ah! -clamó desolado el vejancón-. ¡Te dije que algo malo le iba a pasar en la ciudad!". Mis latines no son de seminario, pues jamás estuve en uno. Los aprendí en el glorioso Ateneo Fuente, de Saltillo, escuela preparatoria donde el estudio de las humanidades ha ocupado siempre lugar de primacía. De mi época de bachiller recuerdo una locución latina que aplicábamos en nuestra clase de Lógica: Cum hoc ergo propter hoc. Traducción libre: "Al mismo tiempo que esto, por lo tanto a causa de esto". La frase es una falacia consistente en suponer que dos acontecimientos que suceden en el mismo tiempo están ligados entre sí por un vínculo de causalidad. Ejemplo: la señorita A y el joven B se acostaron juntos. Por lo tanto el joven B es el padre del niño C que meses después dio a luz la señorita A. Quién sabe, dudaba nuestro profesor, don Severiano García. Y es que la citada señorita A también se había acostado en esa misma época con los jóvenes D, E, F, G, H, I, J y K. En igual forma sería aberrante acusar a Luis Echeverría del asesinato de don Eugenio Garza Sada. Es dable pensar, sin embargo, que con su conducta política y sus permanente prédica contra los empresarios creó un ambiente propicio a la formación de organizaciones extremistas partidarias de la violencia armada, algunas de las cuales llevaron a cabo acciones como el intento de secuestro que llevó a la muerte al destacado industrial regiomontano. También sería aberración culpar a López Obrador del aumento en el número de asesinatos de periodistas que se ha registrado en lo que va de su sexenio; pero tampoco es posible soslayar los denuestos que un día sí y otro también dirige a los comunicadores, ni el hecho de que con frecuencia pone en la picota a quienes critican sus acciones. Eso forma igualmente un ámbito favorable a la comisión de delitos contra quienes ejercen el periodismo. Decir tal cosa de ninguna manera equivale a responsabilizar a AMLO de esos crímenes, lo cual sería incurrir en la falacia que apunté al principio. Sirve sí, para señalar que los continuos ataques que el tabasqueño hace en sus comparecencias matutinas a la prensa independiente traen consigo riesgos para quienes ejercen una tarea de bien para el país, pues callar los excesos y fallas de quienes ejercen el poder es abrir las puertas al absolutismo caudillista, y eventualmente a la dictadura. Una prensa sumisa y obsecuente es un peligro para cualquier país. Con lo anteriormente dicho creo haber cumplido por hoy mi deber de orientar a la República. Puedo entonces aligerar la carga que representa esa obligación con el relato de un postrer cuentecillo. El hijo mayor de don Avaricio Cenaoscuras embarazó a una chica del pueblo, y el cicatero señor hubo de desembolsar una fuerte suma de dinero a fin de librar a su retoño de un complicado lío. Poco tiempo después otro hijo de don Avaricio incurrió en el mismo desafuero, y nuevamente el genitor tuvo que pagar una elevada cantidad por concepto de indemnización. Pasaron unos meses, y la hija soltera de Cenaoscuras les informó a sus padres, llorosa y gemebunda, que estaba bastantito embarazada: "¡Fantástico! -se alegró el avaro-. ¡Ahora nosotros cobramos!". FIN.