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Las Plumas

De política y cosas peores

"Los tres chistes más pelados del año". Si entre mis cuatro lectores hay alguno con escrúpulos de moralina, haría bien en suspender la lectura


El pudor, también llamado pudicia o pudicicia, se ausentó hoy de esta columna. Y es que aparecen aquí "Los tres chistes más pelados del año". Si entre mis cuatro lectores hay alguno con escrúpulos de moralina, haría bien en suspender en este punto la lectura. He aquí los dichos cuentos. Un sujeto bebía tranquilamente su copa en la cantina. De pronto se le acercó un individuo que le preguntó: "¿Eres tú el marido de Gonela?". "Así es" -confirmó el interrogado. Dijo el otro: "Quiero que sepas que a tu esposa yo la hice mujer". "¡Cómo!" -exclamó el marido poniéndose de pie, indignado. "Tal como lo oyes -repuso calmosamente el tipo-. A tu esposa yo la hice mujer. Y no te exaltes, que en estos tiempos eso ya no queda". Al hombre se le bajó la ira, primero porque vio que el otro le hablaba sin jactancia ni agresión, y luego porque el tipo era más alto y fuerte que él. Así pues, le dijo: "No me importa que tú hayas sido quien hizo mujer a mi esposa. Yo la amo, y su pasado no me importa". "Qué bueno que no te importe -replicó el sujeto-, porque creo que no me has entendido. Yo hice mujer a tu esposa. Soy cirujano plástico, y ella antes era hombre". Un señor de edad madura acudió a la consulta de un médico y le pidió que le diera algo que potenciara sus facultades de varón, pues últimamente andaba muy alicaído en el renglón sexual. "¿Qué edad tiene usted?" -le preguntó el doctor. "70 años" -le informó el visitante. "Entonces es natural lo que le pasa -manifestó el galeno-. A su edad eso del sexo ya no se da muy bien". "Pero, doctor -opuso el otro-, tengo un amigo algo mayor que yo, y sé de buena fuente que él todavía ejerce". "También eso es natural -prosiguió el médico-. Mire: en lo que al sexo se refiere tenemos una cuota. Cada uno de nosotros lo va a hacer determinado número de veces en la vida. Lo hacemos esas veces y se acaba. Haga de cuenta que tiene usted una ristra de mil cohetes. Avienta sus mil cohetes al aire, llega el momento en que ya no tiene más cohetes que aventar". "Sí, doctor -admitió el hombre-. Pero, francamente, yo no creo haber aventado al aire mis mil cohetes". "Bueno -acotó el facultativo-. También debe contar los que le tronaron en la mano". La madre de Acneíto, muchacho adolescente, lo llevó con el cura del lugar para que lo reprendiera, pues el chico solía incurrir en placeres solitarios. La entrevista tuvo lugar en la oficina del presbítero. Le dijo éste al inculpado: "Lo que haces está muy mal. Te van a salir pelos en la mano y te vas a quedar ciego". Respondió Acneíto: "Es que a veces me aburro, y entonces me hago una cascaroleta". En eso llegó una feligresa que le llevaba al párroco unas galletas de regalo. Luego entró el sacristán a pedirle al cura que fuera a ver si había arreglado bien el altar. Cuando el sacerdote regresó, se dio cuenta de que Acneíto se había comido las galletas. "¿Por qué te las comiste?" -se molestó. "Me aburría -replicó el muchacho-, y entonces me las comí". "¡Desgraciadísimo! -se enfureció el presbítero-. ¿Por qué mejor no te hacías una cascaroleta?". Esos fueron los tres chistes más pelados del año. Ahora vienen los peladísimos. Afrodisio Pitongo, hombre libidinoso, le pidió a la linda Susiflor la dación de su más íntimo tesoro. Ella se mostraba dudosa. Respondió, vacilante: "No sé qué decirte. Por un lado quiero hacerlo, pero por el otro no". Replicó Pitongo: "Lo haremos por el lado que quieres". Los espermatozoides iban en su camino hacia el óvulo. Uno le preguntó a otro: "¿Nos faltará mucho para llegar?". "Pienso que sí -respondió el otro-. Apenas vamos en el esófago". (No le entendí). FIN.