Las Plumas

Costumbres arraigadas, fueron y dejaron de ser

En política hay formas o actitudes que cambian de una u otra manera. Por lo menos eso es lo que a menudo suele pensarse

Costumbres arraigadas, fueron y dejaron de ser

En política hay formas o actitudes que cambian de una u otra manera. Por lo menos eso es lo que a menudo suele pensarse. Aunque, a la hora de la hora, las costumbres que durante años y años hicieron arraigo en la conducta política personal y colectiva, sigan tan campantes como si nada hubiera ocurrido.

¿Se acuerda usted de los acarreados, dicho sea, sin ánimo insultante o despectivo? En los buenos tiempos de un partido dominante (que fueron tan buenos que casi sumaron una eternidad), esta figura, la del acarreo, resultó uno de los grandes motores de la cultura política de antaño en el aspecto de la movilización o traslado de simpatizantes, con quienes, lo que sea de cada quien, en ocasiones solían lograrse se impresionantes concentraciones populares, algunas verdaderamente históricas. Pero el truco siempre fue conocido en su mecánica habitual, aparte de que nunca debió ser posible esconder ante miradas suspicaces (si tal llegó a ser el propósito) el montonal de camiones que solían utilizarse para el traslado de los acarreados.

La verdad es que más allá de la leyenda de que los acarreados eran o son obligados bajo amenaza a mostrarse como tales en eventos políticos, lo cierto es que en la mayoría de los casos tuvo que mediar una especie de arreglo conveniente para las partes, sin necesidad del representado por la amenaza o la coerción directa. Tuvo que existir una especie de convencimiento (a veces hasta alegre) para que los habitantes de pueblos y comunidades aceptaran convertirse en pasajeros de camiones que los llevaban y traían de eventos políticos con la única obligación de mostrarse entusiastas y aplaudir repetidamente. A cambio, por supuesto, también tuvo que existir alguna forma de remuneración.

El problema es que en esta temporada electoral (que ya se acabó, porque propiamente sólo falta realizar los comicios), los acarreados no se dieron mucho a notar, lo que significa que casi no se les vio significativamente. Por qué, sería la pregunta. No hay una respuesta oficial ni la habrá. Hay una explicación llana o directa en cuanto a que algunos concesionarios de camiones no fueron requeridos esta vez para que se encargaran de la logística del traslado a los mítines partidistas. En esa circunstancia debió influir seguramente la situación económica existente hoy. No puede negarse que ciertos y cuales mítines se vieron más o menos concurridos. Pero nada como antes.

Igualmente, ¿se acuerda usted del llamado “carro completo” en política? Esta es una figura cuya paternidad también se debe a un tiempo no muy lejano de la política nacional. Y significaba ganar todas las posiciones en juego durante una temporada electoral. Eso debió ser muy impresionante, lo que sea de cada quien. La variante de esa figura era una expresión por igual contundente: “De todas, todas”. Este, como queda dicho, fue un lenguaje político muy en boga hasta hace no mucho tiempo, un tanto curioso si se quiere, pero muy real.

Vale recordar también aquí el ambiente público contrario que suele generar la periódica disposición por la que, ante la inminencia de que la ciudadanía acuda a votar, se implante la denominada Ley Seca. O sea, cero ventas de bebidas embriagantes. Se está precisamente a punto de que entre en vigor temporal tal ordenamiento. Tiene que reconocerse que el anuncio respectivo produjo la misma indisposición popular, comercial y empresarial de siempre.

Por lo visto, esta es una actitud o reacción que no cambia por más tiempo que pase. Pero acaso convenga recordar (nada más como plática) que la Ley Seca también solía aplicarse en otro contexto muy distinto al propio de un ejercicio electoral. También hubo una época en la que la visita de un Presidente de la República a Sonora obligaba automáticamente a implantar la Ley Seca. Por supuesto que la indisposición general solía tomar forma en mucho menos de lo que canta un gallo, igual que hoy.

En un contexto así, una vez, hace muchos años estando en Navojoa en una plática amistosa, uno de los participantes dijo que en la Ciudad de México deberían establecer una permanente Ley Seca. Se le preguntó por qué. Su respuesta fue en estos términos: El presidente vive en la Ciudad de México, ¿no? En provincia prohíben todo cuando viene. ¿Cómo le harán en la capital? En la ironía de la pregunta quedó en evidencia una realidad chocante. Sin embargo, Hay que reconocer que desde hace tiempo las cosas han cambiado mucho en el tenor de que se habla.

armentabalderramagerardo@gmail.com