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Las Plumas

Ante el Día del Libro

Escasez de lectores

Ante el Día del Libro

Recién acaba de trascurrir el Día Internacional del Libro. ¿Y…? Una escueta respuesta de este tenor, en la insolencia que trasluce, asusta en la brevedad de su enunciado. La verdad es que tal interrogación suele utilizarse muy a menudo para demeritar o despreciar el tema que la propició.

Y ciertamente equivale un poco (o un mucho) “al me vale” que tanto se emplea en el habla común para remitir todo significado a un nivel carente de importancia o trascendencia. Los hechos, en una cultura general como la nuestra, son como son y así hay que advertirlos, sin postular al borde de las lágrimas que quizá el mundo nunca había estado tan perdido como lo está hoy.

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No ha de ser para tanto. Pero, en cambio, sí debe ser para algo advertir, por ejemplo, que hasta el año pasado el promedio de lectura por persona al año en un país como el nuestro, era de 3.4 libros, o algo parecido a este porcentaje. O sea, nada que llame mayormente la atención en términos de admiración y reconocimiento, sino todo lo contrario.

Sin embargo, dicen que, para estar a tono con la época que todo lo quiere digitalizar, los llamados libros electrónicos son los que más o menos están señoreando en el mercado respectivo. ¿Quiénes son los que leen hoy, cuando deciden leer? Los jóvenes, al parecer, por sorprendente que pudiera resultar una evidencia de esta naturaleza.

En este sentido, una averiguación en la materia puso en claro que ocho de cada 10 personas entre 18 y 24 años son precisamente lectoras. Mientras en la contraparte, se tiene que sólo seis de cada 10 personas de 65 años o más acostumbran leer.

La aversión a la lectura (por decirlo así) en un país como el nuestro tiene raíces profundas. Y la explicación más sencilla o complicada (como se quiera ver) en torno a este asunto, remite, por supuesto, a los primeros años de la escolaridad que se imparte. Allí no se brinda ni se obsequia ninguna forma o modo práctico de empezar a familiarizarse con el gusto y la importancia de leer, más allá de cuando la obligatoriedad escolar señala que debe hacerse porque hay que hacerlo.

Es decir, como una obligación. Pero es obvio que un quehacer o disciplina como la lectura, vista como gratificación espiritual o formativa, no puede normalmente asumirse como obligación o tarea. La lectura hoy y siempre tiene que ser un ejercicio libre para que tenga chiste y sentido.

El problema para un país como el nuestro, si es que se asume describirlo así, como quizá deba ser propio advertirlo, es que el número de lectores en general presenta una llamativa disminución anual. En crudeza o simplismo de términos, esto significa que los lectores de libros son cada vez menos. Como explicación de esta circunstancia se podría invocar la muy cómoda tecnología de hoy que lo casi lo facilita todo. Pero quizá el problema deba ser un tanto más complejo, porque es obvio que no viene de ayer a mediodía. Se ha venido complicando con el paso de los años.

Por lo demás, la lectura le permite a quien la ejerza adentrarse y conocer las más distintas tramas o historias. Si se nos permite, quisiéramos hacer un añadido estrictamente personal para ilustrar cómo la atención a los libros lleva a las más disímbolas temáticas, dependiendo todo del género literario que se asuma atender en un momento determinado.

Recién en lo personal hemos terminado de leer un libro llamado “Xóchitl”. Tiene una especie de sumario que dice así: “De vender gelatina a buscar la presidencia de México”. Es obvio de quien se trata y no requiere mayor presentación. La autora del libro es la periodista Scarlett Lindero, que ha realizado trabajos de investigación en medios como El Heraldo de México, La Razón y la revista Gatopardo.

Otro libro de personal lectura reciente es el titulado “A ustedes les consta”, que es una antología de la crónica en México reunida por Carlos Monsiváis. El texto presenta trabajos de personajes como Julio Scherer, Elena Poniatowska, Miguel Reyes Razo, Héctor Aguilar Camín. Juan Villoro, Héctor de Mauleón, Ramón Márquez, amén de otros un poco más históricos como Francisco Zarco, Martín Luis Guzmán y Manuel Payno.

Un tercer libro, cuya lectura recién estamos asumiendo, tiene un título muy breve o cortante: “Yo, Judas”. Se refiere a quien usted pensó rápidamente. Tiene una doble autoría: la notable escritora inglesa Taylor Caldwell y el no menos exitoso escritor norteamericano Jess Stearn. Su presentación lo dice todo: “Las confesiones del gran traidor de la historia en una gran novela que ha deslumbrado a millones de lectores”.

armentabalderramagerardo@gmail.com