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Las Plumas

Agresiones sexuales: entender la problemática

No es que los violadores tengan deseos incontrolables y no les importen los límites; en su conducta hay un conflicto profundo y generador de peligro

Jesús Carvajal Moncada

La práctica de una sexualidad sana depende de varios factores, ente estos, la identificación de los hijos con las figuras masculina y femenina, el tipo de información que se reciba y las fuentes de la misma; otro punto importante es la forma como la persona canalice su energía sexual y sea capaz de lograr un equilibrio entre sus necesidades y las restricciones que en un momento determinado pueda llegar a enfrentar de parte de la sociedad. La forma de vivir su sexualidad por parte de los padres llega a influir notablemente en sus hijos. Cuando estos son pequeños, es común que sean aseados y tocados por sus progenitores, sin connotaciones sexuales, por supuesto. No obstante, en la infancia tardía o la adolescencia, si esto llegara a darse, si hubiese tocamientos en zonas íntimas o cualquier acto que pudiese ser interpretado como una seducción, esto pudiese crear distorsiones en la función sexual de los jóvenes.

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Si la situación llega a despertar un fuerte deseo sexual que no es satisfecho, sumando a esto, la transgresión a la intimidad y la falta de recursos personales para superar esta experiencia, la molestia será de grandes proporciones, dando origen entonces a que se busquen víctimas para descargar la frustración en la forma de agresiones sexuales. El fenómeno es propio del sexo masculino, o se encuentra asociado mayormente a éste, por el consiguiente poder que se maneja en estos casos del hombre hacia la mujer.

Por lo anterior, cuando surge una propuesta de una diputada local para inhibir por medios químicos el deseo sexual de quienes agredan sexualmente a una mujer, se lleva la intención de mostrar a la sociedad una decisión firme de atacar el problema con un máximo de rigor. Por otra parte, existe también el deseo de que la ciudadanía vea que se cumple con el trabajo encomendado a los políticos, además, la creencia de que un castigo muy fuerte llevará a que otros posibles agresores se abstengan de cometer un ataque sexual.

En el caso de los dos primeros propósitos, es entendible y aceptado socialmente que se debe castigar de manera rigurosa y merecida a quien se entrometa en la intimidad de alguna persona por la vía violenta, que en el caso de México, las mujeres en su mayoría son las víctimas de esto. El tercero, por su parte, es altamente cuestionable, y de hecho, si se contrasta con la realidad, el resultado es que se carece de sustento en ello, porque mayores penas no han llevado a una reducción de los delitos en nuestro país necesariamente.

En el caso de los violadores, no se trata de que posean un deseo sexual incontrolable y no les haya importado sobrepasar límites personales. Si se presentan conductas recurrentes, sobre todo, existe un conflicto mucho más profundo, arraigado y generador de peligro para el medio externo. Esto es lo que deben hacer los políticos, asesorarse con especialistas antes de presentar propuestas que se lleguen a convertir después en iniciativas de ley y a ser aceptadas posteriormente.

Si se desea quedar bien con la sociedad, es necesario conocer a fondo los fenómenos, hacer que cada ciudadano asuma la responsabilidad de sus actos, a la vez de propiciar en los sujetos un desarrollo equilibrado en todas las dimensiones que conforman la existencia humana. De esta forma, la labor política y en general, será mucho más productiva.