Para muchas personas, ducharse a diario es una rutina indispensable vinculada con la higiene y el bienestar. Sin embargo, a partir de los 65 años, este hábito debe ser reconsiderado. El envejecimiento trae consigo cambios importantes en la piel, como mayor sequedad, pérdida de elasticidad y una disminución en la producción natural de sebo —la sustancia que la protege y la mantiene hidratada—.
Expertos en salud y dermatología, como la doctora Sylvie Meaume del hospital Rothschild de París, advierten que una limpieza excesiva con agua muy caliente o jabones agresivos puede dañar la barrera cutánea, aumentar la sensibilidad, causar irritaciones e incluso eliminar bacterias beneficiosas para el equilibrio de la piel.

De acuerdo con el portal especializado francés Santé, la frecuencia más recomendable para personas mayores es de 2 a 3 duchas por semana. Esto no significa abandonar la higiene diaria, sino complementarla con limpiezas localizadas en zonas clave como axilas, genitales y pies.
HIGIENE ADAPTADA: MENOS FRECUENCIA, MÁS CUIDADO
Los baños deben ser cortos (3-4 minutos), con agua tibia y jabones suaves, sin tensioactivos agresivos. El secado, por su parte, debe hacerse con palmaditas suaves, sin frotar la piel. Esta adaptación no solo protege la piel madura, sino que también ayuda a mantener una buena higiene sin poner en riesgo la salud cutánea.
Además, ducharse sigue teniendo beneficios importantes: mejora la circulación sanguínea, aporta bienestar emocional y puede ser revitalizante. Por eso, no se trata de eliminar el hábito, sino de ajustarlo a las necesidades reales de cada persona mayor.

Factores como el nivel de actividad física, el clima, el estado de salud y la autonomía personal deben ser considerados al determinar la frecuencia ideal. Si una persona suda más o realiza ejercicio, es perfectamente válido que necesite bañarse con más frecuencia.
Conclusión: En la tercera edad, la higiene sigue siendo fundamental, pero debe ser más estratégica y cuidadosa. Menos duchas, con mejor técnica, pueden marcar la diferencia entre una piel sana y una vulnerable.