En Cajeme todos hemos visto cómo la plaza, la iglesia, el mercado o el parque se vuelven puntos de encuentro. Sin embargo, a veces olvidamos que el verdadero tejido social está en las relaciones entre generaciones. Como promotor empresarial, me ha tocado organizar talleres donde jóvenes y adultos mayores conviven: la energía de unos y la experiencia de otros generan un diálogo que fortalece a toda la comunidad. Hoy quiero compartir cómo podemos ser mejores ciudadanos conectando a nuestros "muchachos grandes" (Me incluyo), llamo con cariño a nuestros adultos mayores, con los jóvenes que buscan guía.
En la comunidad debemos animar a conectar a los muchachos con los muchachos GRANDES.
México está cambiando su rostro demográfico: la población de 60 años y más ya representa el 12% del total y sigue creciendo (Inegi, 2022). Eso significa que tenemos un capital humano invaluable al que, como sociedad, no siempre le damos el valor que merece. En Cajeme, donde las familias aún se reúnen en torno a la mesa de café o la cochera, tenemos la oportunidad de convertir este cambio en una ventaja. No se trata sólo de atender necesidades de salud o pensión, sino de reconocer que los adultos mayores poseen memoria histórica, valores y sabiduría que pueden iluminar el camino de los jóvenes.
Una acción concreta para el lector: proponle a tu hijo, sobrino o nieto que esta semana acompañe a su abuelo a platicar de su infancia en Obregón. Descubrirán coincidencias sorprendentes y nuevas formas de entenderse.
Saquemos provecho de estos dos importantes grupos de nuestra comunidad
Los jóvenes de Cajeme manejan con destreza teléfonos inteligentes, redes sociales y nuevas formas de trabajo. Los adultos mayores, por su parte, guardan en la memoria los días en que se fundó la Presa Álvaro Obregón, las luchas por el agua y los primeros pasos de nuestra ciudad moderna. Imagina lo que sucede cuando juntamos estos dos mundos: nacen talleres intergeneracionales donde los jóvenes enseñan a usar WhatsApp y, al mismo tiempo, los mayores relatan cómo era enamorarse en la época en que las cartas tardaban semanas en llegar.
En la Casa de la Cultura, en una biblioteca municipal o en los jardines universitarios, esto puede convertirse en un programa permanente: clubes de ciencia, círculos de historias épicas, lecturas compartidas o podcasts comunitarios donde las voces jóvenes y adultas dialogan sobre amor, ciencia y vida. Con ello no sólo creamos actividades recreativas, sino también espacios de pertenencia y afecto.
Una acción concreta para el lector: organiza una tarde de "preguntas curiosas" con un adulto mayor cercano. Pregúntale cómo fue su primer trabajo o qué aprendió de sus errores. Escucharás lecciones que no aparecen en Google.
IDEAS PARA IMPLEMENTAR EN NUESTRA COMUNIDAD
Los proyectos comunitarios no necesitan presupuestos millonarios, sino voluntad ciudadana. Escuelas, casas de cultura y centros de día pueden ser sede de encuentros semanales entre jóvenes y adultos. Un club de jardinería en la colonia Constitución, por ejemplo, podría reunir a muchachos que aporten energía física y adultos mayores que enseñen a cultivar la tierra con respeto. Del mismo modo, un taller de cocina compartida en Pueblo Yaqui permitiría a las abuelas transmitir recetas tradicionales mientras los jóvenes documentan el proceso en redes sociales, asegurando que no se pierda nuestra identidad culinaria.
La idea de "adopta un abuelo sabio" también merece atención: jóvenes sin abuelos cerca podrían vincularse con adultos mayores que desean compartir su tiempo, su cariño y su experiencia. Así combatimos la soledad, fortalecemos la empatía y formamos ciudadanos más conscientes.
Una acción concreta para el lector: sugiere en la junta de padres de familia de la escuela de tus hijos que se invite a adultos mayores a compartir una charla sobre ciencia, historia o filosofía. Verás cómo se encienden nuevas conversaciones.
MINI-RETO DE LA SEMANA
Invita a un adulto mayor de tu familia o colonia a enseñarte una lección de vida y comparte lo aprendido con alguien más.
El campo sonorense nos enseña cada día: surcos rectos al amanecer, agua que corre en los canales y un sol que ilumina a todos por igual. Así debe ser nuestra ciudadanía: jóvenes y adultos mayores caminando juntos, aprendiendo mutuamente, sembrando confianza. Ser un buen ciudadano no empieza en un discurso, sino en la conversación cotidiana con quien ya recorrió el camino. Sólo así podremos construir un futuro más digno y más humano.
Gracias estimado lector por leer esta columna.
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