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Las Plumas

La muerte en dos ruedas

Los motociclistas que no respetan regla alguna son muchos; en cuanto se sube una persona en la parte trasera, se convierten en adolescentes eufóricos

Jesús Huerta Suárez

“Si andas en moto que Dios te bendiga y si no, que Dios te perdone”, dice una leyenda escrita en la pared en una tienda de motocicletas Harley Davison en California. Vaya paradoja. Y es que conducir una motocicleta brinda una sensación de libertad increíble; la velocidad, el viento y el pavimento a flor de piel generan la adrenalina suficiente para sentirte empoderado. Libre. Es una sensación tan emocionante para los conductores, como son los aplausos para las estrellas de la música o los besos para los amantes. En pocas palabras, las motocicletas para muchos son como una extensión de su cuerpo, de su alma, además de un medio de transporte muy práctico…

Hablando de transporte, el viernes pasado, a unos metros de la salida de mi trabajo,por la carretera federal 15, estaban tirados dos cuerpos en la carretera. La escena me impresionó. Más cuando los familiares de los difuntos llegaron a encontrarse con los cuerpos de sus seres queridos que yacían inertes. Era un acontecimiento dantesco; terrible.

Se dice que un camión los golpeó por alcance y salieron volando para estrellarse en el concreto. No vi cascos ni puestos ni tirados y, aunque no los conocía, me dolió mucho la situación. Ellos quizá tenían hijos, familia, madre, padre, amigos, pero perdieron la vida instantáneamente, como sucede tan seguido en las calles y carreteras de México por la falta de precaución de unos o de otros. Por las imprudencias de los motociclistas que se creen de plástico y los excesos de los conductores de auto.

Los motociclistas que no respetan regla alguna son muchos: rebasan por la derecha, andan sin casco o traen pero ¡no se lo amarran!, van texteando en su celular, jugando carreras, ebrios, quizá y, como por arte de magia, en cuanto se sube una persona en la parte trasera de la moto, se convierten en unos adolescentes eufóricos que aceleran y juegan a asustar a su pasajero, más si es una dama, llegando a provocar accidentes fatales. Si a esto le agregamos los cientos o miles de motociclistas que siempre andan urgidos por llegar para entregar los pedidos de comida, todo se complica.

Creo que es urgente que las autoridades le entren al tema y pongan mano dura contra los automovilistas y motociclistas que a diario convierten sus vehículos en ataúdes. También contra esos que sin pensar en que se quedarán sordos, rompen el escape a sus motos para que todos sepan que ahí van ellos con el alma en un hilo. Más vale pedir perdón por no gozar del placer de andar en moto, que ir por las calles a la buena de Dios.