En su discurso inaugural del Tercer Congreso Nacional de Educación Primaria, celebrado en la Ciudad de México en septiembre de 1910, el entonces secretario de Educación, Justo Sierra, reconoció que la educación pública pasaba por una crisis severa en todo el país, que afectaba los procesos escolares sustantivos, como el de enseñanza y el de aprendizaje, entre otros.
Ante un centenar de congresistas, representantes todos de gobiernos estatales, y algunos funcionarios educativos federales, el ministro Sierra admitió que las leyes educativas no se cumplían; eran letra muerta en muchos lugares del país.
Añadía que las autoridades locales se desatendían del ramo escolar; poco hacían por allegarles recursos a las escuelas de Gobierno, y más de la mitad de las familias pasaban por alto la obligación de mandar a sus hijos "de ambos sexos" a la escuela, quienes debían asistir "desde el día en que cumplan cinco años de nacidos", estipulaba una ley educativa sonorense de 1881; hace 144 años atrás.
Ciertamente, las escuelas andaban por el suelo; muchas carecían casi de todo: no tenían mobiliario, pizarrones y libros; en tanto los edificios que ocupaban no sólo eran alquilados a particulares, sino que algunos representaban un peligro para los usuarios, por inseguros e insalubres.
En contraparte, había otros inmuebles escolares en buen estado físico, construidos exprofeso para la enseñanza, pero no eran más que un risible puñado y casi siempre sentaban sus reales en las ciudades y capitales estatales, como el antiguo edificio que ocupaba el tristemente célebre Colegio "Leona Vicario" de Hermosillo, hoy penosamente en ruina y riesgo de perderse, pese a su importante valor histórico, no sólo por su relevante y hermosa arquitectura, sino también por su larga y fecunda labor educativa.
Más aún, la gran mayoría del alumnado carecía del hábito de ir a la escuela; un importante porcentaje de ellos gastaba el tiempo en tareas ajenas a su educación primaria, y los indicadores de rendimiento académico y término de estudios eran notablemente bajos, con el agravante de altas tasas de reprobación y deserción escolar.
Ante ese pésimo panorama educativo, el ministro Justo Sierra estaba convencido de que no todo estaba perdido. Por tanto, convocó a todos los sectores sociales a contribuir en el mejoramiento de la educación pública. Entre los convocados, figuraban en primera línea las maestras y los maestros de escuela públicas, quienes eran vistos por el mismo ministro "como apóstoles", porque debía predicar entre las niñas y los niños el amor a la patria y motivar su interés por asistir a la escuela.
Para salir de ese histórico bache educativo, el secretario de educación referido depositó su confianza en las profesoras y los profesores, lo que se antoja como una decisión atinada, pues nadie mejor que ellos tenían la experiencia, los saberes especializados y el conocimiento sobre los problemas fundamentales. Entonces les propuso que se reunieran periódicamente en asambleas y definieran en el seno de ellas alternativas para mejorar la enseñanza, que "estaba muy atrasada"; en resumidas cuentas, "les pedía a los maestros que la salvaran".
Sierra tenía una opinión positiva de los maestros. Sostenía que su profesión era una de las más importantes. Su "misión educadora", remarcaba el antiguo ministro porfirista, los ponía moralmente por arriba de otras profesiones contemporáneas y de otros servidores de la patria, "exceptuando a los encargados de la defensa del honor y del territorio nacional".
Consecuentemente, estaba en desacuerdo de la política hacendaria y de los malos sueldos asignados en los presupuestos para gastos de las escuelas, entre los cuales el haber del magisterio era uno de los principales. Se quejaba de su mala situación económica y reprochaba además al secretario de hacienda su indiferencia ante los sacrificios y precariedad de sus condiciones de vida diaria.
Si bien el Congreso Nacional de Educación Primaria de 1910 no era para discutir los sueldos del magisterio, sino para presentar un diagnóstico sobre el estado en que se encontraba el ramo educativo, de cara a la celebración del Primer Centenario de la Independencia Mexicana y a las elecciones presidenciales que ya tocaban la puerta, Justo Sierra centró su intervención en los maestros y destacó lo mal que la pasaban, "porque normalmente se les ignoraba y materialmente se les olvidaba".
Con todo, el ministro de educación no vaciló en pedirles a las maestras y los maestros en servicio que salvaran a la escuela pública mexicana, pues a decir de él, ésta se hallaba francamente en picada.