La escuela Cruz Gálvez: Historia de un desfalco olvidado
La cloaca la destapó don José Lizárraga, un empleado de gobierno, que desempeñaba el puesto de "Visitador de Hacienda"
A mediados de 1920, funcionarios de la Secretaría de Gobierno y de la Tesorería la Tesorería del Estado se enteraron de hechos fraudulentos que afectaba gravemente el patrimonio de la Escuela Cruz Gálvez, en los que participaron empleados administrativos, adscritos al mismo centro educativo, así como a los departamentos de compras y de bienes del gobierno estatal, quienes fueron señalados de incurrir en actos deshonestos y negligente, con tufo a despilfarro, estafa y malversación de recursos, en perjuicio de la comunidad escolar y del erario estatal.
El mal manejo de los recursos; sobre todo de los bienes de consumo, comestibles, principalmente, así como de utensilios domésticos, ropería, material médico y maquinaria para la enseñanza técnica, alcanzó niveles tan desproporcionados y preocupantes que obligó al mandatario estatal tomar cartas en el asunto y ordenar a sus subalternos ponerle freno, separando de los puestos a los empleados involucrados en los hechos denunciados.
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La cloaca la destapó don José Lizárraga, un empleado de gobierno, que desempeñaba el puesto de "Visitador de Hacienda", quien fue comisionado, según el oficio número 2319, para visitar el departamento de varones de la escuela referida, practicar una auditoria, documentar los hallazgos e informar los resultados a sus superiores jerárquicos.
En respuesta al oficio indicado, el Visitador se presentó ante el director escolar y acompañado de él inicio su operación en el departamento de administración, a cargo de don Ignacio Esquivel Alfaro, quien estaba habilitado para agenciar las mercancías de uso y consumo, cuyas entradas y salidas debía registrar invariablemente en el "Libro de almacén" y en el inventario, así como en recibos respectivos, pero nada de eso era digno de tomarse en serio, porque denotaban inconsistencias garrafales, incluso los informes del "Departamento de Compras" del gobierno estatal "son inexacto, lo cual salta a la vista inmediatamente", reveló el visitador aludido.
Tras escudriñar con lupa todos esos materiales, entrevistar a los empleados y visitar cada uno de los departamentos, entre ellos: el almacén, la cocina, panadería y enfermería, para cerciorarse por cuenta propia del manejo administrativo y del estado en que estaban sus bienes respectivos, el visitador puso el grito en el cielo, indignado por el desbarajuste, pérdidas y "por tanto dinero que se han llevado de las arcas del Gobierno" los empleados, a quienes además "se le pagaba".
El 13 de julio de 1920, el mismo visitador José Lizárraga presentó a la oficina del Ejecutivo un extenso informe, respaldado de actas, cuadros comparativos y declaraciones testimoniales, en el que narró con precisión los desmanes administrativos, saqueos, extravíos, abondos y robos, todo lo cual constituía, según sus estimaciones, daños patrimoniales por valor de 400 pesos diarios, para cuyos estafadores pedía sanciones legales, "comenzando por castigar ejemplarmente a los primeros negligentes en el desempeño de sus labores y a los malversadores de fondos y objetos públicos".
Así, el gobernador se enteró del robo de 109 kilos de piloncillo, 9 frascos de betún, nueve docenas de camisetas, 48 pares de calcetines, 69 camisolas, 9 docenas de lápices y 158 carretes de hilo, además de montones de mercancías apiladas, "todo en pésimo estado", sin registros en los inventarios. Asimismo, supo que en almacén había "objetos de mucho valor... máquinas para una fábrica de ropa y un aparato de cinematografía... con tal abandono y descuido que tendrán que inutilizarse para siempre"; "todo es pésimo, grosero y castigable", remarcaba el informante.
Para poner un freno a esos actos de pillaje, que tanto laceraban el patrimonio escolar y a las arcas del estado, el jefe del Ejecutivo instruyó al visitador para separar del puesto de administrador escolar al señor Ignacio Esquivel Alfaro, nombrando en su lugar a don Rafael H. Patiño, quien tomó en sus manos, en primer término, poner al día los inventarios, que era una verdadera "empresa romana".