De política y cosas peores

"Si quieres tú ser feliz / en forma reglamentaria / debes hacerte pendejo / por lo menos una hora diaria". Sirva esa cuarteta chocarrera de epígrafe a esta columna. Un cierto amigo mío, hombre de mucha fortuna y de bastantes años, me dijo una vez: "He llegado a la edad del coche deportivo". Le pregunté: "¿Quisieras tener uno?". Respondió: "No. Te digo que he llegado a la edad del coche deportivo porque, mírame. Quemacocos". Y se señaló la calva. "Llanta ancha". Mostró los gruesos pliegues del abdomen. "El escape abierto". Se apuntó a la parte posterior de su cuerpo. Y concluyó en tono de infinita tristeza: "Y la palanca en el piso". Mi amigo se compró un elegante convertible. Una mañana iba en él y lo rebasó por la derecha un tipo que manejaba un cochecito compacto ruinoso y deslucido, de modelo muy pasado. Mi amigo se encalabrinó. ¿Cómo era posible que se le adelantara un trasto así? Con cinco claxonazos -ta ta ta ta ta- le recordó la madre al atrevido conductor. Para su sorpresa y mayor indignación el del automovilito le contestó con otros tantos pitidos, con igual mentada. Se le emparejó y le hizo seña de que se orillara a la orilla, como solían decir los polizontes de tránsito. El hombre del cochecito se detuvo. Lo mismo hizo mi amigo, que descendió de su lujoso vehículo al tiempo que se quitaba los lentes y el reloj en actitud de dirimir a puñetazos la cuestión. Se abrió la portezuela del carrito y se desdobló de su interior un individuo que mediría 2 metros de estatura y andaría por los 100 kilos de peso. Mi amigo pesaba 55, y su estatura era un poco más de 1.60. Vio venir hacia sí a aquel endriago y al punto le preguntó al sujeto en tono de conciliación: "¿Se vale rajarse?". Rió el hombrón, se subió a su cochecito y se marchó. A veces es mejor engansarse que engallarse. La esposa de don Cucoldo le dijo a su marido: "Se acerca tu cumpleaños. Ahorita vengo. Voy a comprarte un regalo". Manifestó el señor: "No necesito regalos. Lo único que te pido es que me ames y me seas fiel". Después de una pausa dijo la señora: "Ahorita vengo. Voy a comprarte un regalo". Una mujer de las de vida airada abordó en la calle a Babalucas. Le preguntó: "¿Quieres fornicar?". "Gracias -declinó el badulaque-. Ya tengo Master Card". FIN.