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Las Plumas

Caminamos en dirección a una crisis alimentaria

No es aventurado advertir que México se encamina a una nueva crisis, igual o peor a la sufrida de 1982 a 1987, y no se ha recuperado plenamente


En ningún frente de las políticas públicas de la actual administración federal, el gobierno de López Obrador se ha acercado tanto a las normas neoliberales que en el trato dado al campo mexicano. Quien mejor puede ejemplificar la decisión del gobierno de dejar a los productores nacionales de granos básicos a la suerte de lo que determinen los mercados internacionales, es el dicho de Adán Augusto López, exsecretario de gobernación, quien estando en Ciudad Obregón, el 27 de junio, y en su condición de precandidato a la presidencia, dijo: “…no es la obligación de ningún gobierno, el compensar o el comprar a los productores. Ellos, en el ejercicio de un derecho siembran y cosechan. Hay que hablar con la verdad… no esperaban que la crisis internacional iba a suceder a la inversa y que fueran a caer los precios de los mercados de futuros de Chicago. Esa es una especie de apuesta de los productores.”

La sentencia del ex secretario de gobernación, es un extracto del pensamiento neoliberal: limitar la función del estado al orden administrativo y dejar los procesos económicos, aun siendo estratégicos, en manos de los corporativos que controlan los mercados de alimentos escudados en la falacia de la oferta y la demanda.

No es aventurado advertir que ajustado a tales políticas, México se encamina a una nueva crisis alimentaria, igual o peor a la sufrida en el periodo de 1982-1987, de la que no se ha recuperado plenamente, pues la formalización posterior de los tratados comerciales como el TLCAN-TMEC, impusieron esquemas en los que las regiones graneleras del país –zonas de riego- fueron virtualmente subcontratadas por los mercados de exportación, imponiendo así un abandono sobre el mercado nacional de alimentos y con ello la renuncia de facto a la planificación orientada a la autosuficiencia y la seguridad alimentaria. No obstante, su obligación constitucional, el señorío del neoliberalismo, retiró al Estado de su responsabilidad estratégica de proteger la producción nacional de granos básicos.

Los estudios más serios sobre la historia posrevolucionaria del campo mexicano, admiten que, durante los primeros veinte años posteriores a la segunda guerra mundial, México asombró al mundo por sus elevadas tasas de crecimiento agrícola, pues de 1947 a 1965, la producción agrícola registró una expansión media anual de 6.1 por ciento. Esto lo llevó a ser considerado paradigma del desarrollo agrícola en las economías del entonces llamado tercer mundo. Se logró satisfacer la creciente demanda interna de alimentos y se proveyó de las materias primas agrícolas demandadas por una economía que se planteaba la industrialización y una creciente urbanización.

A pesar del tropiezo alimentario sufrido a finales de los años sesenta, los gobiernos no renunciaban a la instrumentación de programas y políticas dirigidas a la reducción de la dependencia alimentaria con los mercados internacionales. Así entre 1977 y 1982, la agricultura mexicana sostiene su dinamismo al crecer a una tasa promedio de 6 por ciento anual en términos del producto interno bruto.

Durante 1977-79 el gobierno del entonces presidente José López Portillo encendió la alarma sobre los grandes riesgos asociados a la dependencia alimentaria, en medio del chantaje cerealero ejercido por los Estados Unidos contra las naciones importadoras. Resolver el problema de la dependencia alimentaria se reconoció como uno de los principales asuntos que pasó a ocupar un lugar relevante en los ámbitos académicos y políticos, desembocando en la creación de un programa gubernamental emergente conocido como Sistema Alimentario Mexicano.

Aunque México disponía de dólares para importar los granos y se había incrementado la disposición de los mismos con la expansión petrolera, el gobierno no aceptó la política arancelaria que implicaba desproteger la producción nacional y mucho menos el axioma neoliberal que se hizo valer con la firma del TLCAN: es más barato importar los granos que producirlos nacionalmente.

Las cifras arrojadas por el sector agrícola durante el actual sexenio, son similares a las del desastre económico vivido durante el sexenio de Miguel de la Madrid. Se ha profundizado la dependencia alimentaria, se ha reducido el área de cultivo, se ha incrementado la importación de granos, especialmente maíz (del que ocupamos el segundo lugar en importación mundial), en un contexto en el que creció la pobreza y México se alejó de la meta hambre cero proyectada a cumplirse en el 2030, al colocarse en el lugar 43, cuando hace seis años estaba en el sitio 23. Lo cual señala que más de 28 millones de mexicanos viven en vulnerabilidad por carencia de alimentación y 11.7 millones en condiciones de extrema pobreza.

Abandonar a los productores nacionales, apelando a las nociones más extremas del liberalismo económico, presumiendo que cuentas con los dólares para comprarlos más baratos en el mercado internacional, es una apuesta suicida. Más cuando el cuadro mundial de guerra hace de los alimentos una de las principales armas de chantaje y de condicionamiento político para los países dependientes. No por ociosidad la historia consigna el hambre como un jinete apocalíptico.

Ciudad Obregón, Sonora a 1 de agosto de 2023