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Las Plumas

Cajeme: Degradación social

De simples zonas de tráfico de drogas, hoy esta región se ha convertido en un gran centro de consumo que le deja grandes ganancias...

Francisco Gonzalez Bolon

Unos se desgarran las vestiduras: ¿dónde están los padres de esos muchachos que armaron tamaño borlote en un centro social?

Otros, como siempre, queriendo que papá gobierno resuelva todo: ¿Por qué no actuó la Policía a tiempo? ¿Por qué dan permiso para esos eventos?

Y nunca se pondrán de acuerdo unos y otros.

Lo cierto, desafortunadamente, es que esa trifulca protagonizada por jovencitos que no pasan de los 25 años, hombres o mujeres, muestran el grado de descomposición social a que se ha llegado en Cajeme, en Sonora y el país.

Sí es cierto, por culpa de los gobiernos que en su momento no atendieron el llamado de alerta de que la mano de los poderosos de las drogas se estaba comenzando a meter en la sociedad.

Y de ser simples zonas de tráfico de drogas, hoy toda esta región se ha convertido en un gran centro de consumo que le deja grandes ganancias a los cárteles y, de paso, a muchos servidores públicos que voltean a ver para otro lado mientras estiran la mano y los “zombies” de las drogas deambulan por las calles o bien los panteones se están llenando de cuerpos de jovencitos que vieron fácil ganar dinero en ese mundo, pero con su vida pagaron a temprana hora su tergiversado anhelo.

Desde los cimientos todo está corrompido. En muchos hogares, los chamacos simplemente siguen el ejemplo de unos padres que se han vuelto consumidores para evadir las responsabilidades de conducir por buenos caminos a sus hijos.

O bien, que les enseñan desde niños que los juegos de azar, las peleas de gallos o el acudir a los tastes llenos de gente “sospechosa”, es lo mejor que le puede pasar a un ser humano.

Son hogares o sectores sociales en los que se ve bien ser adoradores de los lujos conseguidos como el “patrón”, que anda en las camionetas último modelo o las camisas de marca y los zapatos de moda, sin demeritar los enormes crucifijos hasta con diamantes o las pulseras que casi arrastran los brazos con sus kilates.

Sociedad, y dentro de ella los policías, se ven en el espejo de esa ilusoria vida suntuosa y a la vez tan efímera que quienes logran alcanzarla muchas veces no pueden ni disfrutarla porque deben andar cuidándose hasta de su sombra y siempre a salto de mata.

Y muchos caen, es cierto, ante la tentación. Y el círculo para terminar con la violencia que dejan a su paso, se ensancha cada vez más porque la corrupción y la impunidad son las que los guían, dentro o fuera de las esferas gubernamentales.

Se suma a ese entorno, la pasividad de quienes deben trabajar para erradicar esos males y que con sus frases de queda bien, “no pasa nada” o “abrazos, no balazos”, creen que ya están cumpliendo con su tarea, cuando en realidad la sociedad se comienza a preguntar ¿por qué defender a quienes matan con sus drogas o sus armas a la niñez y la juventud?

El “sospechosismo” también toma vuelo cuando marginan de la agenda a los reporteros y en lo desconocido de la sierra se encuentran con quién sabe quien, quizá para asegurar el futuro posterior a los seis años.

Eso es parte de la descomposición social que nos envuelve con sus reflejos de violencia doméstica, violencia juvenil, violencia en las calles producto de unos seres que en vez de recibir buenos ejemplos en casa, los mandaron a revolverse con la vida fácil y que no va a resolverse con políticas públicas clientelares que llevan como bandera populista el regalo de dinero o el corte de pelo y vacuna de las mascotas.

Se requiere una transformación, individual y colectiva, desde los cimientos educativos en la casa y en las aulas.

Pero, por lo que se ve, a los gobiernos actuales lo único que les importa es saber a quién dejarán de sucesores para seguir manteniendo sumiso y marginado al pueblo.

Total, de todos modos se van a ir a “La Chingada”, que tal es el nombre de una finca muy conocida.

Comentarios: franciscogonzalez.bolon@gmail.com