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Las Plumas

A la madre

Tuve muchos hijos, tantos como hojas tiene ese árbol; y durante toda mi vida les di a mis retoños lo mejor de mí...

Jesús Huerta Suárez

Ayer por la tarde caminaba sin rumbo fijo por una de las calles del centro de la ciudad, cuando de pronto escuche unos lamentos; se oían tristes e intensos, pero no podía ver claramente de dónde venían. Agucé mis sentidos tratando de encontrar a la persona que emitía tales sollozos. Y así pasó no sé cuánto tiempo, hasta que de pronto encontré finalmente a quien tristemente lloraba.

Era una señora de ojos brillantes y grandes. Su cara estaba marcada por líneas hechas por los años y quizá por las lágrimas. Su pelo lucía enmarañado, pero de un bello color ocre en diferentes tonalidades. Llevaba un vestido azul-verde; era un enorme vestido que cubría su gran cuerpo lleno de curvas. El viento que corría hacía que su pelo volara para todos lados, haciendo una serie de remolinos que me impedían mantener la atención.

En sus manos regordetas tenía un paño de algodón que un día debió ser blanco, pero, ahora, lucía sucio de tanto uso y de tanto llanto. Observando con disimulo, noté que lo que una vez fue un hermoso vestido color turquesa, ahora estaba roído y con manchas de aceite por doquier.

Me dispuse a hablar con la señora; quise saber qué le afligía. Con voz lastimosa me dijo que le dolía mucho lo que pasaba, y que esperaba que un día Dios la perdonara y perdonara a sus hijos.

Ande, -dígame qué le pasa- le pregunté de nuevo.

Mira, —dijo—, sucede que yo tuve muchos hijos, tantos como hojas tiene ese árbol; y durante toda mi vida les di a mis retoños lo mejor de mí. Los cuidé, les di alimentos, les di abrigo, les di noches de luna y días de sol; además de que por mis venas corrió, cual ríos de agua dulce,  el mayor de los amores para todos ellos. Les regalé  montañas y valles; los mares, el viento y las nubes del cielo. También les di una gran variedad de animales de donde comieron, usaron y explotaron. Los arrullé con el canto de las aves y lavé sus cuerpos con la miel de las flores; durante muchísimos años todo fue vida y dulzura entre nosotros, hasta que un día todo cambió; al parecer ya no fue el amor y la indulgencia lo que los motivaba sino la ambición y la avaricia, entonces sus corazones se cerraron a la verdad y el oro fue lo único que los ilusionó. Pelearon entre ellos hasta matarse y, a mí, me hirieron de muerte, es por eso que ahora me encuentras en este sucio rincón llorando por el mal que mis propios hijos me han hecho. Nunca pensé que mi propia sangre me traicionara; sino me dieron amor, cuando menos respeto esperaba, pero ni eso. De lo que estoy segura, es que junto a mí, ellos habrán de morir, pues lo que le haces a tu madre te lo haces a ti mismo.

La señora miró al cielo y dijo —“Qué he hecho yo para merecer esto—”. Cerró sus ojos y sus brazos, mientras sus lágrimas seguían lloviendo.

Ella era tú madre; ella es nuestra madre; nuestra Madre Tierra.

“No tengo problemas en mi vida, ni tontos sueños que me hagan llorar, yo lo que tengo es la música en mi”, Heart

Jesushuerta3000@hotmail.com