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El celular


Dicen que uno nunca termina de conocer a las demás personas, ni siquiera a la esposa o esposo, y eso es muy cierto, pero, lo que es más extraño, es que ni a nosotros mismo nos terminamos de conocer del todo; y digo esto porque nunca pensé que estaba tan obsesionado con el teléfono celular.

Dicen que uno nunca termina de conocer a las demás personas, ni siquiera a la esposa o esposo, y eso es muy cierto, pero, lo que es más extraño, es que ni a nosotros mismo nos terminamos de conocer del todo; y digo esto porque nunca pensé que estaba tan obsesionado con el teléfono celular.


El viernes pasado salí en auto de Obregón a Hermosillo. Ya tras el volante, malamente, intenté hacer unas llamadas de trabajo, me llevé la mano a la bolsa para tomar el celular y fue entonces que me di cuenta que traía la bolsa vacía. Y revisé la otra, y la otra y no lo traía. Mi corazón dio un vuelco; sudé frío, y de pronto recordé que lo había dejado sobre la cama, pero ya llevaba al menos 50 kilómetros recorridos, rumbo a una cita muy importante a la que debía llegar a tiempo. En ese justo momento que me di cuenta que pasaría tres días sin el celular. Me sentía nervioso.

Mi mente me comenzó a taladrar sobre cuántas llamadas me perdería, y que no estaría disponible para recibir ese “importantísimo” timbrazo que siempre parecemos estar esperando, o la de ese amor que por fin se animaría a comunicarse. Pensaba en cuántas fiestas y reuniones me perdería; cuántas noticias, solicitudes; propuestas, memes, vídeos, chismes, en fin, estaría fuera del universo de las redes sociales.

También me di cuenta de que no es posible que no me sepa o no tenga a la mano los números telefónicos de las personas que realmente me interesan. No he podido hacer llamadas ni recibirlas, eso sí que ha sido difícil, más si la comunicación es mi oficio.

Al llegar la noche, instintivamente, yo sigo llevando la mano a la cintura queriendo ver la hora o para ver si he recibido algún mensaje. En verdad no sabía que tenía estos “tics” compulsivos, pues esta es la primera vez en los últimos nueve años en que me separo del teléfono “tanto” tiempo, es por eso que hasta ahora me doy cuenta de la obsesión que he desarrollado por dicho aparato. Por lo general lo tengo en vibrador, así que aún después de más de 48 horas de no llevarlo conmigo, lo sigo sintiendo que vibra en mi cintura, y estiro la mano, y nada.

Y cuando suena cualquier teléfono, creo que es el mío; es una obsesión la que tengo, pero ya veré que siento después de estos días sin él. Lo que sí sé es que, de seguro, en cuanto abra la puerta de mi casa en Obregón, al regresar, saldré corriendo para encontrarme con él y ver las llamadas perdidas y los mensajes recibidos. Lastimosamente, me he dado cuenta que he extrañado más a ese aparatito que a ninguna otra cosa.

Llegué a pensar que para que no me volviera a pasar esto, sacaría copias de la llave de mi casa para dejárselas a algún vecino para que me lo mandara por paquetería en caso dado.

Es, hasta cierto punto, penoso, descubrir lo débil que soy en este aspecto. Nunca pensé que yo sería uno de esos espíritus blandengues a los que un detalle tan simple los hiciera titubear. No cabe duda que debo de hacer algo para no depender tanto anímicamente de un simple teléfono. Ahora me doy cuenta de que ha de haber cientos de cosas a las que estoy atado sin ni siquiera notarlo, pero lo que sí es cierto, es que ha de haber muchas personas que quiero, pero como no me faltan, no he mesurado el vacío que me podría dejar su partida. La separación por unos días de este simple aparatito, me ha hecho pensar que quizá no estoy preparado para soportar la ausencia de los seres queridos, por lo que deberé de hacer algo al respecto.

“El teléfono está sonando, mientras tú estás bailando bajo la lluvia” Duran Duran

Jesushuerta3000@hotmail.com