No solo defendió la fe, sino que también resolvió un crucial debate: ¿Cuándo debe celebrarse la Pascua?
Por: Iván Fraijo
San Aniceto, el duodécimo sucesor de San Pedro, gobernó la Iglesia entre los años 155 y 166, en una época donde el cristianismo era perseguido tanto por el Imperio Romano como por las herejías internas.
Aniceto nació en Emesa, lo que hoy se le conoce como Siria. Asumió el pontificado en un mundo muy distinto al que conocemos hoy, lleno de peligros y difamaciones. Los cristianos vivían bajo constante amenaza, porque había acusaciones falsas, martirios y el desprecio de filósofos paganos como Frontón de Cirta y Celso, quienes difundían calumnias contra la fe. Hasta el emperador Marco Aurelio, conocido por su estoicismo, veía la paciencia de los mártires como "fanatismo".
LA BATALLA CONTRA LAS HEREJÍAS GNÓSTICAS
La lucha interna contra el gnosticismo fue más peligrosa que la persecución romana, una corriente que distorsionaba las enseñanzas de Cristo. San Aniceto trabajó incansablemente para defender la ortodoxia, apoyado por grandes apologistas como San Justino y Orígenes, los que respondieron con agudeza a las críticas hacia el cristianismo.
Uno de los mayores desafíos que enfrentó San Aniceto fue la disputa sobre la fecha de la Pascua. Mientras que la Iglesia en Oriente seguía una tradición vinculada a la Pascua judía, muchos en Occidente creían que debía celebrarse siempre en domingo, el día de la Resurrección.
San Aniceto, quien era fiel creyente a la tradición romana, estableció que la Pascua debía conmemorarse el domingo siguiente a la primera luna llena después del equinoccio de primavera (norma que aún sigue vigente). Sin embargo, su postura no fue impuesta de manera autoritaria. De hecho, mantuvo un famoso diálogo con San Policarpo de Esmirna, un obispo oriental que defendía la tradición asiática. Aunque no lograron unificar criterios, su discusión fue respetuosa, mostrando la búsqueda de unidad sin perder la firmeza en la fe.
Hoy, San Aniceto es venerado por los sacerdotes españoles formados en el Pontificio Colegio Español de Roma. Sus restos descansan en un ostentoso sarcófago, originalmente del mausoleo de la familia de Septimio Severo, que ahora forma parte del altar mayor de su capilla.
En 1604, el duque Juan de Altemps obtuvo del Papa Clemente VIII las reliquias de San Aniceto, que se encontraban en las Catacumbas de San Calixto. Las trasladó a una capilla decorada con mármoles y frescos, los cuales narran su martirio.