En cierta forma cada uno de nosotros debería llevar un letrero: "Clausurado". Mis cuatro lectores me dirán que estoy exagerando...
Por: Armando Fuentes (Catón)
Esta pandemia nos ha traído la muerte y nos ha trastocado la vida. Perdón por el uso de esa mala palabra, pandemia, pero tal es el nombre de la plaga que se ha abatido sobre el mundo. Debería yo abstenerme de mencionarla o hacer lo que los hombres del Potrero cuando pronuncian ante las visitas un vocablo poco fino, "marrano", por ejemplo. Añaden en seguida al tiempo que hacen el ademán de llevarse la mano al sombrero, aunque no lo lleven: "Con dispensa de las personas de razón". Y es que el malhadado virus y sus variantes nos han puesto en estado de sitio, nos han aherrojado con grilletes y cadenas, nos han dictado pena de prisión y han hecho de nuestros hogares unas celdas. Casi nos han cerrado la vida. En cierta forma cada uno de nosotros debería llevar un letrero: "Clausurado". Mis cuatro lectores me dirán que estoy exagerando. Posiblemente, pues la hipérbole es mi figura retórica favorita, pero si comparamos la existencia que llevamos hoy con la que vivíamos antes de la llegada de este malhadado mal, veremos que mi hipérbole no es tan hiperbólica. Me estoy desahogando, ¿saben? Ayer me llamó por teléfono uno de los oyentes de Radio Concierto para preguntarme cuándo vamos a reanudar las funciones de nuestro cine club. Creación fue esa de mi adorada hija Luz María, Luly, que heredó todas las infinitas cualidades de su madre y ninguno de los infinitos defectos de su padre. Mujer culta, sensible y dedicada -es ella quien maneja la estación-, cada lunes proyectaba en nuestro teatro de cámara una de las grandes películas de la historia del cine, con una explicación previa a cargo de mi hermano Carlos. Tan bien cumplía él su tarea -es excelente actor, y carismático- que solía yo decirle que buena parte del público iba más por oírlo a él que por ver la película. ¿Cuándo volveremos a abrir nuestra cerrada sala? No lo sé. Nadie lo sabe. Eso sí: ni por un momento hemos suspendido nuestras trasmisiones. Trabajando desde su casa, o en la estación en traje de astronauta, nuestro maravilloso personal ha mantenido en el aire la música que no se lleva el viento. (El mes próximo cumpliremos 25 años de dar a nuestros oyentes, las 24 horas del día, lo más popular de la música clásica y lo más clásico de la música popular). Pero el cine club y nuestras otras actividades culturales -conferencias, presentaciones de libros, recitales, funciones de teatro, talleres literarios y un largo etcétera más- no sabemos cuándo podremos continuarlas. ¿Se me perdonará ahora que haya dicho aquella mala palabra: pandemia?... Lo que en seguida voy a relatar no es verídico: es histórico. Sucedió en el curso de la Primera Guerra. Los franceses descubrieron que una bellísima parisina era espía al servicio de los alemanes y la condenaron a morir fusilada. La hermosa mujer se presentó ante el pelotón de fusilamiento vistiendo un abrigo de piel. En el momento en que se iba a dar la orden de ¡fuego! abrió la prenda y dejó al descubierto su desnudez en todo su esplendor. Los soldados de Francia, sensibles a la belleza, se negaron a dar muerte a la espía. Al día siguiente llevaron soldados ingleses y sucedió lo mismo: tampoco los británicos pudieron dispararle a la preciosa parisina luego de ver la perfección de su armonioso cuerpo. Alguien recomendó que se trajeran soldados mexicanos. Llegaron y se dispusieron a la ejecución. "Preparen. Apunten.". La espía dejó caer su abrigo y se mostró desnuda ante los soldados de México. Al día siguiente los periódicos de París publicaron: "Bella espía francesa muere por una descarga de botones de bragueta". FIN.