Misionar con humildad: El eco del último domingo de octubre

Octubre llega a su fin con un acento que toca el alma: La misión

Misionar con humildad: El eco del último domingo de octubre

El mes del Rosario y de las Misiones culmina con el DOMUND, el Domingo Mundial de las Misiones, en el que la Iglesia entera eleva su mirada hacia los hombres y mujeres que, en los rincones más lejanos del mundo, llevan la Buena Noticia de Cristo. Pero también nos recuerda que todos, sin excepción, somos parte de esa misión. Cada cristiano, desde su lugar, está llamado a ser una lámpara encendida que ilumine la vida de los demás con la luz de la fe y la ternura del Evangelio.

En este último domingo de octubre, la liturgia nos propone el Evangelio de Lucas 18, 9-14, la parábola del fariseo y el publicano, una enseñanza que se entrelaza con el espíritu misionero del DOMUND. En ella, Jesús nos muestra dos actitudes opuestas frente a Dios: la soberbia que se justifica a sí misma y la humildad que se abre al perdón. Dos oraciones, dos corazones, dos modos de mirar al cielo. Uno confía en sus méritos; el otro, en la misericordia divina.

EL TEMPLO INTERIOR Y LA MIRADA DE DIOS

Ambos suben al templo para orar. Pero solo uno baja justificado: el publicano, aquel que, consciente de su pequeñez, no se atreve a levantar la vista y repite con sencillez:

"¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!"

Jesús concluye con esa sentencia luminosa que atraviesa los siglos:

"Porque todo el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado".

Este texto evangélico no solo nos habla de la humildad personal, sino también de la actitud misionera que debe caracterizar a la Iglesia. La evangelización auténtica no nace del orgullo de quien cree tener la verdad, sino del amor de quien ha sido tocado por la Verdad y desea compartirla con mansedumbre.

El fariseo representa la religión que se mira a sí misma; el publicano, la fe que se deja mirar por Dios. Y sólo la segunda puede transformar el mundo.

DOMUND: LA MISIÓN NACE DE LA HUMILDAD

El Domingo Mundial de las Misiones (DOMUND) nos invita cada año a recordar que la Iglesia existe para evangelizar. El Papa Francisco, había dicho en un mensaje, que la misión "no es una tarea más entre otras, sino la razón de ser de la Iglesia". Sin embargo, esa misión solo puede florecer cuando está arraigada en la humildad del discípulo.

El misionero verdadero no presume de sus obras; sabe que es Dios quien actúa a través de su fragilidad. No busca conquistar, sino servir; no impone, propone; no acumula poder, sino entrega amor.

Así también, cada cristiano es un "misionero del corazón", llamado a ser testigo de la ternura divina en su entorno: en la familia, en el trabajo, en la comunidad.

El DOMUND no es solo una colecta económica, sino una invitación espiritual: compartir lo que somos, no solo lo que tenemos. Dar tiempo, escucha, comprensión, perdón. Evangelizar con el ejemplo, con una sonrisa, con la paciencia cotidiana. Porque quien se deja transformar por el amor de Cristo se convierte, sin buscarlo, en reflejo vivo de su presencia.

LA ORACIÓN QUE ENVÍA Y LA ACCIÓN QUE ORA

En la parábola, la diferencia entre el fariseo y el publicano es interior: uno ora desde la autosuficiencia; el otro, desde la verdad de su corazón.

La misión también comienza ahí, en el templo interior. Sin oración, la misión se vuelve activismo vacío; sin misión, la oración corre el riesgo de encerrarse en sí misma.

La oración misionera es aquella que escucha, que se deja mover, que se transforma en acción concreta de amor.

Durante todo el mes de octubre, hemos repetido con María los misterios del Rosario. Ella, la primera discípula y la misionera por excelencia, nos enseña que evangelizar es antes que nada acoger la Palabra, dejar que se encarne en la vida, y luego llevarla al mundo con serenidad y confianza.

María no predica grandes discursos: su testimonio es su vida. Ella es el "sí" que se convierte en puente entre Dios y la humanidad. Por eso, el mes del Rosario y el DOMUND se iluminan mutuamente: oración y misión son los dos pulmones del alma cristiana.

UNA IGLESIA EN SALIDA... Y EN CONVERSIÓN

La parábola nos invita también a revisar nuestra manera de vivir la fe. ¿No corremos a veces el riesgo de orar como el fariseo, enumerando méritos, midiendo virtudes, sintiéndonos mejores que los demás?

La misión exige conversión constante, apertura, escucha. No se trata de llevar a otros a Dios como si Él estuviera lejos de ellos, sino de reconocerlo ya presente en sus vidas, esperándonos.

La conversión misionera comienza cuando dejamos de hablar de "ellos" y empezamos a hablar de "nosotros": un solo pueblo, un solo cuerpo, una sola Iglesia enviada al mundo.

El fariseo se justificaba comparándose con el publicano; el misionero, en cambio, se reconoce hermano de todos, sin excepción. Porque quien ha experimentado la misericordia no puede mirar a nadie con desprecio. Por eso, evangelizar es ante todo un acto de amor humilde: reconocer en el otro un reflejo del rostro de Cristo.

EL CIERRE DE OCTUBRE: GRATITUD Y ENVÍO

Al cerrar este mes, la Iglesia nos invita a agradecer y a renovar nuestro compromiso. Octubre no se acaba: continúa en cada corazón que reza, que sirve, que comparte la fe.

El Espíritu Santo sigue soplando en medio de nosotros, recordándonos que la misión no es una tarea para unos pocos elegidos, sino una vocación universal. Cada bautizado es un enviado, una chispa del fuego divino en la historia.

Quizá el desafío de nuestro tiempo no sea tanto anunciar más, sino anunciar mejor: con humildad, con alegría, con testimonio. Como el publicano, comenzando siempre desde la verdad interior; como María, diciendo "sí" a la voluntad de Dios; como los misioneros de todos los continentes, entregando su vida silenciosamente por amor.

ORACIÓN FINAL

Señor Jesús, al concluir este mes de octubre, mes del Rosario y de las Misiones, te damos gracias por llamarnos a ser testigos de tu amor.

Enséñanos a orar como el publicano del Evangelio, con corazón humilde y mirada sincera, para reconocer que todo bien viene de Ti.

Haznos misioneros de tu ternura, capaces de servir sin buscar aplausos, de compartir sin imponer, de anunciar tu Reino con alegría y sencillez.

Que María, Estrella de la Evangelización, nos acompañe en cada paso del camino. Y que el Espíritu Santo renueve en nosotros el ardor del DOMUND, para que el mundo crea, se convierta y viva en tu Paz.

Amén.

Con Afecto