El 20 de enero de 2025, Donald Trump inició su segundo mandato como presidente de Estados Unidos. En su discurso de investidura habló de una “desastrosa invasión”, en referencia a la presencia de personas migrantes indocumentadas en ese país. Este discurso constituyó el punto de partida para las acciones implementadas en su renovada política antiinmigrante, pues una de sus promesas de campaña fue llevar a cabo la mayor deportación de migrantes en la historia de ese país.
Desde entonces, tanto en Estados Unidos como en México, se han desplegado medidas cada vez más severas para frenar la migración irregular (es decir, personas que se desplazan al margen de las normas de los países de origen, de tránsito o de acogida) proveniente del sur global. Entre ellas destacan la militarización ampliada de la frontera, la autorización de detenciones en espacios antes considerados seguros —como escuelas e iglesias—, el uso de aviones militares para repatriaciones expeditas, la habilitación de la Base Naval de Guantánamo como centro de retención y redadas en centros de trabajo e incluso en las inmediaciones de oficinas migratorias.
A estas acciones se suma la difusión sistemática de narrativas institucionales de odio y desprecio hacia los inmigrantes, particularmente aquellos de origen latino. En este punto resulta útil la propuesta de Roxanne Leslie Euben, quien sostiene que, aunque Trump no inventó la humillación como arma política, ningún otro líder contemporáneo la ha normalizado con tanta eficacia. Su retórica de la humillación se expresa visualmente en imágenes, videos y montajes que combinan recursos simbólicos, dramáticos y religiosos para reforzar un mensaje de superioridad moral y poder punitivo.
Ejemplos de esta estrategia abundan en las cuentas oficiales de la Casa Blanca y del Departamento de Seguridad Nacional. Ahí circulan materiales diseñados para ridiculizar y deshumanizar a la población latinoamericana: postales “festivas”, como la de San Valentín —en tonos rosados y con corazones—, que muestran a Trump y a Thomas Homan, su jefe de políticas fronterizas, junto al mensaje: “Si vienen aquí ilegalmente, los deportaremos”; carteles que actualizan la figura del “Tío Sam” bajo el llamado a denunciar “invasores extranjeros” a una línea telefónica del ICE; o el video donde agentes migratorios aparecen persiguiendo a personas indocumentadas estilizadas como personajes de Pokémon, trivializando el acoso y la persecución.
Las consecuencias no se quedan en las pantallas. Lo que podría parecer un intento de humor en realidad configura una narrativa de deshumanización, miedo y burla destinada a inmovilizar políticamente a las personas migrantes. La humillación —define la Real Academia— implica abatir el orgullo, herir la dignidad o doblegar simbólicamente a alguien. Cuando estas acciones se representan en público, buscan exhibir poder y reafirmar jerarquías. No funcionan sin audiencia: requieren espectadores que aprueben o celebren ese sometimiento.
Por ello, la humillación no es un acto espontáneo, sino una estrategia planificada. Las publicaciones de la administración trumpista forman parte de un guion ritualizado que refuerza la idea de que las personas migrantes no merecen los mismos derechos y cuya integridad moral puede ser destruida sin consecuencias. Estas narrativas alimentan un clima de persecución y miedo, inhiben la organización comunitaria y legitiman actos de discriminación y xenofobia en la vida cotidiana. Normalizan la hostilidad y contribuyen al linchamiento simbólico de las comunidades migrantes, lo que tiene eco en la vida diaria de miles de personas, quienes evitan salir de sus hogares por miedo a las redadas, quienes callan por temor a ser deportados, y familias que viven con la angustia de ser separadas en cualquier momento. La humillación se convierte así en una forma de control, un recordatorio constante de que su humanidad es cuestionada y sus derechos, extinguidos.
Ante este panorama, es urgente crear otras narrativas. Narrativas que dignifiquen y resignifiquen esta violencia digital a través del humor, la ironía y los modismos —como armas simbólicas de las comunidades— pueden convertirse en espacios de resistencia. Contar nuestras propias historias, mostrar nuestras propias imágenes, reírnos de quienes pretenden humillarnos es una manera de recuperar poder. En un tiempo donde se humilla para desmovilizar, la creatividad colectiva puede ser un acto de defensa y, sobre todo, de esperanza.
* Profesora-investigadora del Centro de Estudios Transfronterizos en El Colegio de Sonora.




