Fue un líder cristiano de los primeros tiempos, reconocido por la Iglesia como Padre Apostólico por su cercanía con los apóstoles
Por: Ofelia Fierros
Cada 17 de octubre, el santoral católico recuerda a San Ignacio de Antioquía, un testigo valiente de la fe, discípulo directo de los apóstoles y pionero en usar el término "católica" para describir a la Iglesia universal.
San Ignacio de Antioquía nació en Siria alrededor del año 35 y fue contemporáneo de los apóstoles San Pablo y San Juan. Fue uno de los primeros líderes cristianos después de la era apostólica, motivo por el cual la Iglesia lo reconoce como Padre Apostólico. Su profunda cercanía con los fundadores del cristianismo le permitió beber directamente de la fuente de la fe, y a través de sus escritos, transmitirla con pasión y fidelidad.
Fue el tercer obispo de Antioquía —una de las comunidades cristianas más fuertes y numerosas de los primeros siglos— y dedicó su vida a fortalecer a los creyentes en tiempos de persecución. Según el libro de los Hechos de los Apóstoles, fue en esa ciudad donde los seguidores de Jesús fueron llamados por primera vez "cristianos".
UN TÉRMINO QUE CAMBIÓ LA HISTORIA: "CATÓLICA"
Una de las contribuciones más significativas de San Ignacio fue el uso del término "católica" para describir a la Iglesia. En una de sus cartas, escribió con claridad: "Donde está Jesucristo, allí está la Iglesia católica". Esta palabra, derivada del griego katholikós, significa "universal", y reflejaba la convicción de que el mensaje de Cristo es para todos, sin excepción.
En un tiempo donde las divisiones sociales, religiosas y culturales eran profundas, Ignacio proclamó una visión revolucionaria: la Iglesia está abierta a hombres y mujeres, judíos y gentiles, ricos y pobres, esclavos y libres. Su misión era la unidad, y entendía que esa unidad solo podía lograrse cuando todos se reconocían hermanos en Cristo.
EL TEÓFORO: EL QUE LLEVA A DIOS
Durante el gobierno del emperador Trajano, Ignacio fue arrestado por su fe y trasladado a Roma para ser ejecutado. En el trayecto, escribió siete cartas a diversas comunidades cristianas, exhortándolas a permanecer unidas en la verdad y en el amor. En todas ellas firmaba como "Teóforo", que significa portador de Dios, una expresión que revelaba cómo entendía su vida y vocación.
En sus escritos, Ignacio no solo defendía la unidad y la obediencia al obispo, sino también el amor fraterno como la base de la vida cristiana. El Papa Benedicto XVI lo describió como "el Doctor de la Unidad", reconociendo su papel en cimentar una Iglesia cohesionada en torno a Cristo.
UN MARTIRIO QUE DIO FRUTO ETERNO
Ignacio llegó a Roma y fue condenado a morir devorado por las fieras en el circo, como era común en la época. Según la tradición, su muerte ocurrió alrededor del año 107, y fue recordada por los cristianos como un ejemplo de valentía y entrega total. Él mismo anticipaba su martirio con esperanza, deseando ser "trigo de Dios, molido por los dientes de las fieras y convertido en pan puro de Cristo".
La iconografía cristiana suele mostrarlo acompañado de dos leones, símbolo de su martirio. Su muerte no fue en vano: sembró la semilla de la fe en innumerables corazones y consolidó la idea de una Iglesia universal, unida y abierta a todos.