Santoral de hoy, 15 de diciembre: Santa María Crucificada de la Rosa, servidora de los pobres

De heredera de una familia acomodada a fundadora de una congregación dedicada a los más vulnerables, su vida fue testimonio de fe y compasión

Por: Ofelia Fierros

Cada 15 de diciembre, el santoral de la Iglesia católica conmemora a Santa María Crucificada de la Rosa, también conocida como Santa María de la Rosa, una mujer cuya vocación surgió en medio del trabajo cotidiano y el dolor ajeno. Religiosa italiana y fundadora de la Congregación de las Siervas de la Caridad, su historia demuestra cómo la santidad puede florecer incluso en los ambientes más duros, como una fábrica o un hospital.

Nacida como Paola Francesca Di Rosa el 6 de noviembre de 1813 en Brescia, Italia, pertenecía a una familia privilegiada. Su padre, Clemente Di Rosa, era un importante industrial dueño de una hilandería, mientras que su madre, Camilla Albani, provenía de una familia noble y ostentaba el título de condesa. Sin embargo, la comodidad material no la aisló del sufrimiento humano que más tarde marcaría su destino.

¿CÓMO SURGIÓ SU VOCACIÓN Y OBRA?

Durante su niñez fue educada por las Hermanas de la Visitación, pero su vida dio un giro inesperado con la muerte de su madre cuando apenas tenía 11 años. A partir de entonces, comenzó a trabajar en la fábrica familiar, donde fue testigo directo de las difíciles condiciones laborales que enfrentaban muchas mujeres. Aquella experiencia despertó en ella una profunda sensibilidad social que resumiría años después con una frase reveladora: "Sufro al ver sufrir a los demás".

A los 17 años, María tomó la decisión de entregar su vida a Dios a través del servicio a los más necesitados. Impulsada por su fe, organizó a las trabajadoras de la hilandería para fomentar la ayuda mutua entre sus familias. Su iniciativa fue bien recibida por su padre, quien no solo la apoyó, sino que le confió la administración completa de la fábrica cuando tenía apenas 19 años, reconociendo su capacidad y liderazgo.

Ese primer grupo de mujeres se convirtió también en el germen de una asociación religiosa donde podían crecer espiritualmente y fortalecer su fe. Paralelamente, María participaba activamente en la vida parroquial, organizando retiros y misiones, con especial atención a mujeres abandonadas y marginadas en las zonas más pobres de Brescia.

En 1836, una devastadora epidemia de cólera golpeó la ciudad, dejando numerosas víctimas y un gran número de niños huérfanos. Las autoridades locales crearon talleres educativos y solicitaron a María que se hiciera cargo de las niñas. Con solo 24 años, fue nombrada directora y su labor fue tan eficiente y humana que se ganó rápidamente la confianza y admiración de toda la comunidad.

RECONOCIMIENTO ECLESIÁSTICO DE SU LABOR

Tras dos años de intenso trabajo, comprendió que aquellas niñas necesitaban algo más estable. Así nació un internado destinado a huérfanas y niñas en extrema pobreza, un proyecto que con el tiempo se consolidó como un referente en educación y formación cristiana. Poco después, ampliaría su misión con la apertura de un instituto especializado para niñas sordomudas, una iniciativa innovadora para la época.

El paso decisivo llegó en 1840, cuando, movida por una profunda experiencia espiritual, fundó la Congregación de las Siervas de la Caridad, dedicada principalmente al cuidado de los enfermos en hospitales. La comunidad comenzó con apenas cuatro jóvenes, pero en solo tres meses ya contaba con 32 integrantes. María fue elegida superiora por unanimidad, adoptando el nombre religioso de María Crucificada de la Rosa.

Los últimos años de su vida los dedicó a consolidar la congregación y obtener el reconocimiento oficial de la Iglesia, sin abandonar nunca su servicio como enfermera. En 1850, el Papa Pío IX aprobó oficialmente la nueva orden, confirmando la autenticidad de su carisma y misión.

Santa María Crucificada de la Rosa falleció el 15 de diciembre de 1855, a los 44 años, dejando un legado de caridad y entrega que trascendió generaciones. Su camino hacia los altares comenzó en 1913, durante el pontificado de San Pío X. Fue beatificada por el Papa Pío XII en 1940 y canonizada por el mismo pontífice el 12 de junio de 1954 en la Basílica de San Pedro.