El fusilamiento de dos "sátiros" asesinos y violadores de menores
Por: Jesús Moreno Valenzuela
Este Día de Muertos, en el Estado y en todo el país, los mexicanos recuerdan con nostalgia y cariño a todos esos seres queridos que, de alguna u otra manera, dejaron huella en sus vidas y ese recuerdo revive en su memoria cada dos de noviembre.
Lamentablemente, esta festividad tradicional, llena de respeto y cultura, provoca a su vez que regrese a la mente de los sonorenses, aquellas historias tétricas, perturbadoras y dignas de un cuento de terror, mismas que han revelado la realidad del mundo.
Tal es el caso de la última pena de muerte registrada en el país, donde de manera legal se fusiló a dos asesinos y violadores de menores, durante aquella madrugada del 18 de junio de 1957, es decir, hace más de 65 años en la ciudad de Hermosillo, Sonora.
José Rosario Don Juan Zamarripa, un soldado depravado.
Durante la tarde de ese triste seis de julio de 1950, dos miembros de la tribu Yaqui llamados Ignacio C. y Florentino M., mientras estaban en un paseo por canoa, encontraron el cuerpo de una niña de no más de cinco años que estaba en la superficie del Río Yaqui, aguas abajo del pueblo de Vícam.
El cronista municipal de Hermosillo, Ignacio Lagarda Lagarda, narró lo sucedido y compartió que estos dos indígenas se percataron que el cadáver de la niña presentó señas de maltrato físico en todo su cuerpo antes de haberse ahogado, por lo cual, reportaron el hallazgo a las autoridades correspondientes.
Detalló que el cuerpo sin vida de la niña fue identificado por su padre, un habitante de Vícam, con el nombre de Ernestina L. C., una infanta Yaqui de tan solo cuatro años de edad.
"Aquello fue un crimen bestial y torpe porque el asesino dejó muchas huellas fáciles de detectar, ya que el padre de la niña declaró que aquella madrugada escuchó ruidos afuera de su casa y descubrió a un hombre en la oscuridad que buscaba algo en el suelo y al verlo le gritó y este salió corriendo en estampida", expresó.
Comentó que ese hombre buscaba una gorra militar, misma que fue encontrada por el papá de la menor, esta cachucha señaló que el autor del asesinato se trataba de un soldado y las autoridades no tardaron en comprobarlo, quienes a los días dieron con el culpable, un cabo de nombre José Rosario Don Juan Zamarripa, perteneciente al 18vo. Regimiento de Caballería del poblado de Esperanza, en Cajeme.
"Pasó a hacer un relato de los hechos, dijo que estaba comisionado en la remota comunidad de Palo Parado y que en sus días de franco viajó a Vícam. Confesó que la madrugada de aquel día seis del mes, llegó a la casa de la niña y aprovechando que los padres de la chiquita dormían tranquilamente, la halló dormida, la tomó en los brazos y se la llevó al monte cerca del río, donde abusó de ella y después la mató", relató.
El 19 de julio de ese mismo año, Juan Zamarripa quedó internado en la cárcel de Ciudad Obregón, mientras que la sociedad indignada pedía públicamente que a aquel individuo odioso y salvaje se le aplicara la pena máxima. Fue entonces que el 12 de octubre 1950 el juez lo sentenció a muerte y posteriormente, fue trasladado a la cárcel de Hermosillo, localizada a las faldas del Cerro de la Campana.
Francisco Ruiz Corrales y la pequeña María de la Luz
Cinco años después de este atroz delito, una mañana fría del 18 de enero de 1955, una niña de nombre María de la Luz Margarita M. N., de solo seis años, despertó y se preparó para acudir a clases a la primaria Elisa B. Beraud, en Hermosillo.
Su madre, Dolores Mendoza, quien era mesera, llegó fatigada a su casa de renta ubicada en la calle 16 de Septiembre y Nuevo León, de la colonia 5 de Mayo, al noreste de la capital del Estado, sin saber que ese sería el último día que vería a su querida hija.
"Esa madrugada, la madre se tomó una taza de café, le entregó un dinero a su hija y se acostó a dormir. La niña cogió el dinero, apretó con fuerza los billetes en la palma de la mano y los guardó en un tarro vacío de cristal, María de la Luz pensó ir a la tienda esa tarde para comprar jabón y un jamoncillo, pero esa tarde desapareció", dijo Lagarda Lagarda.
Después de horas de no saber de ella, la madre denunció la desaparición de su hija y en las investigaciones, Odilón Á. S., propietario de la tienda "La Nayarita", lugar donde la pequeña María ayudaba a vender fruta y verdura después de la escuela, aseguró que la menor, a su corta edad, era muy inteligente, trabajadora y alegre.
José de ocho años, hermano mayor de la infanta, declaró que en la esquina de las calles Nuevo León y 5 de Mayo, un hombre conocido como "Pancho Ruiz", lo mandó a comprar cigarros con la promesa de darle 15 centavos, poco después, el sujeto le dijo a la hermanita que si lo acompañaba a su casa le iba a comprar toda la verdura que cargaba en una olla de peltre.
"La tarde fría y oscura del jueves 19 de enero de 1955, los papeleritos de El Imparcial gritaban a todo pulmón por las calles de la ciudad: 'Matan y violan a una niña que vendía tomates'. Después una señora proporcionó el dato de las mismas señas del hombre descrito como "Pancho" Ruiz y que éste había pasado frente a su domicilio, llevando a una niña de la mano y al parecer forzándola a seguirlo", comentó el cronista.
Más tarde se comprobó que el raptor de la menor se trataba de Francisco Ruiz Corrales, quien fue aprehendido afueras de su casa y llevado a la comandancia. Tras un largo interrogatorio, los oficiales hicieron que confesara el terrible asesinato.
En las indagaciones, el acusado aseguró llevarse a la niña, taparle la boca para que no gritara, golpearla, violarla múltiples veces y después quitarle la vida ahorcándola. Después, señaló el sitio donde arrojó el cuerpecito, un campo ubicado entre la Carretera Internacional y el Club Campestre, de la colonia Country Club. Los agentes encontraron tirado el cadáver de la pequeña María de la Luz y los forenses procedieron con las investigaciones.
Los médicos legistas consignaron el hecho en el siguiente parte: “En la exploración ginecológica, a consta de juntar ambos tobillos y flexionar las rodillas separando una de otra, exponiendo la región perineal, se pudo observar en el cadáver los labios mayores con muestras de rasgaduras y zonas de eritema (enrojecimiento) donde se encontraron vellos púbicos del violador. Abriendo los labios mayores encontramos los labios menores desgarrados, como si hubiesen sido mutilados, con pérdida de la continuidad. El introito vaginal se observó edematizado con zonas de machacamiento que deformó la simetría del introito vaginal".
Fusilamiento de dos "sátiros"
Ruiz Corrales fue sentenciado a muerte por el Juez del Ramo Penal, Roberto Reynoso Dávila, y fue recluido en la penitenciaría de Hermosillo localizada al pie del Cerro de La Campana, al igual que su contemporáneo Zamarripa.
Fue entonces, como a las 5:05 horas de aquel 18 de junio de 1957, que fueron fusilados Juan Zamarripa y Ruiz Corrales, en la penitenciaría de Hermosillo. Setenta reos de feroz aspecto y con delitos similares, fueron concentrados en unas mazmorras frente al paredón de fusilamiento, para que vieran el macabro espectáculo y les sirviera de escarmiento.
La pena de muerte en Sonora data desde 1871, ya que no existía un Código Penal Estatal se aplicaba el Federal. En 1929 la pena de muerte se derogó del Código Penal del Distrito Federal, pero en la Entidad sonorense continuó vigente hasta 1975.
El entonces gobernador del Estado, Carlos Armando Biebrich Torres, derogó este acto por medio de la Ley #35, publicada en el Boletín Oficial del primero de febrero de 1975, un día antes de inaugurar el Centro de Readaptación Social (Cereso) número 1. Este caso se considera relevante en lo jurídico a nivel nacional, ya que Sonora fue la última Entidad en aceptar esta prohibición.
Actualmente, los restos de Corrales y Zamarripa, últimos fusilados por Ley, permanecen en el panteón Yáñez de la capital sonorense, en unas lapidas pintadas de negro y con las cruces rojas, así como un letrero en la barda del campo santo con la leyenda escrita: “Sátiros, pum, pum, junio 19, 1957”, hasta la fecha nadie sabe quién les da mantenimiento a esas lapidas.
El 17 de junio de 1957 fue la última vez que se aplicó la pena de muerte a civiles, en el Estado de Sonora. Esta condena se fue aboliendo en México poco a poco, pero fue hasta el 7 de febrero de 1975 cuando fue removida formalmente del Código Penal para el Estado de Sonora.