Por: Eduardo Sánchez
Se trata, sin duda, de uno de los personajes importantes de la inconclusa Revolución Mexicana. Con su muerte, las esperanzas de muchos campesinos para que se les entregaran las tierras que serían su patrimonio familiar, se esfumaron.
Desafortunadamente, los alcances de esos hechos históricos tuvieron poca dimensión.
Hubo, es cierto, cierta prosperidad entre los nuevos ejidatarios y algunos hasta perdieron la cabeza y en vez de ahorrar el fruto de su esfuerzo en la parcela, contrataban música, compraban mucha cerveza y comían a placer.
Cuando las condiciones legales y económicas cambiaron, a partir del sexenio de Carlos Salinas de Gortari, el golpe al campo, sobre todo a los de cinco hectáreas de los ejidos colectivos, fue demoledor.
Las instituciones encargadas de fomentar la producción cayeron en un burocratismo y sectarismo descomunal, al grado de apostarse solamente hacia aquellos "proyectos rentables" y poco a poco fueron dejando fuera de las líneas de crédito a quienes con escasas cinco hectáreas no tenían al alcance cómo cubrir los altos costos de producción.
Y se incrementó un fenómeno que hoy en día llega prácticamente al 90% de los ejidos: el rentismo.
Los terratenientes solamente vieron pasar el cadáver del enemigo y pronto tuvieron en sus manos, de nueva cuenta, las grandes extensiones que un decreto presidencial les había quitado en aquel 1976.
Es decir, en el agro se dio un paso hacia adelante y varios hacia atrás.
Son pocos hoy los campesinos que siembran su propia tierra. Y son más los que, de nuevo, han caído en el nivel de "peones" en sus propias parcelas.
A ese grado ha llegado la situación rural de Sonora y muchas zonas del país. Si Emiliano Zapata reviviera, volvería a ver a aquellos hombres del campo por los que luchó, sin ningún avance, económico o social.
Y dijo bien el profesor Castro Cosío en su discurso de ayer que hace falta Zapata en el agro nacional.
La fuerza de su lucha fue tan poderosa que se vieron obligados los caciques de entonces a calmarlo solamente a través de las balas.
Hoy, a los activistas sociales los calman de dos maneras: con balas o con dinero.
Ojalá haya quienes resistan los cañonazos.
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