Por: Eduardo Sánchez
Para el mexicano es extremadamente difícil trabajar una jornada completa sin docenas de interrupciones de todo tipo, desde pequeños breaks para comer algo, o para platicar de algo, ya sea algún chisme o anécdota, o para hacer una invitación a alguna fiesta, de las que nunca nos faltan. Nuestras vidas son un caos, lo mismo que las ciudades y las instituciones. Tratar de ser ordenado en este país es nadar a contracorriente. No todos lo logran. De ahí que sigamos inmersos en el tercer mundo cuando tenemos todo para ser primer mundo; bueno, casi todo, porque nos falta el orden.
Así, como somos, en la ciudad encontramos un taller mecánico enseguida de una casa habitación, luego alguien vendiendo verdura, luego otra casa, luego una iglesia y enseguida un gimnasio.
Ah, pero cuando el mexicano se lo propone logra grandes descubrimientos en la ciencia, magníficas obras en el arte, excelentes resultados en el deporte y en casi todas las áreas de la existencia. Sin orden no hay progreso. Y el orden comienza en… ¿casa?, ¿la escuela? ¿el gobierno? ¿la genética? …vaya a usted a saber, pero el término de orden y progreso proviene de una frase del filósofo positivista francés, Auguste Comte quien decía: “El amor por principio, el orden por base, el progreso por fin”.
Por cierto, Orden y Progreso fue el lema de gobierno de Porfirio Díaz, quien, sí generó progreso para el país, pero no respetó el orden y se quedó treinta años en el mandato.
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