Muerte en cuatro ruedas

Por: Eduardo Sánchez

Además de los recibos de la luz que ya comenzaron a subir como por arte de magia, de los altísimos de niveles de diabetes con que fuimos diagnos­ticados los sonorenses, de ser de los primeros a nivel nacional en produc­ción clandestina de psicotrópicos, de la invasión de sabandijas que andan por todos los confines de esta otrora ciudad pacífica haciendo daño, de los ladrones que pululan por doquier sin importar la hora, de los choferes de los camiones urbanos que en su mayoría manejan con el trasero, y de tantas y tantas porquerías del diario acontecer local, le doy la razón a Seal, el cantante, que dice que si quieres sobrevivir tendrás que estar un poco loco.

Pero, ¿cómo hacerse de la vista gorda ante docenas de adolescentes que andan manejando en las calles de la ciudad?


Pienso que no todos deben ma­nejar. Conducir un automóvil es una gran responsabilidad, no un juego o pasatiempo de niños, por eso no en­tiendo cómo es que los padres y las autoridades lo permiten. Y no solo eso, les sueltan el carro y les dan dinero que termina en cerveza y de­más bebidas espirituosas, sin contar la hierba que cada vez está más de “moda” en todos los niveles sociales, el caso es que andan como locos violan­do fragantemente las leyes de tránsi­to, y lo más seguro es que cuenten con “permisos” especiales para conducir por parte de las autoridades.

Quizás sea una manera de ob­tener recursos extras por parte del Ayuntamiento, o no sé qué otra razón pueda existir, el caso es que por ahí andan sin empacho alguno. Basta darse una vuelta por las calles 5 de Febrero y otras calles del norte de la ciudad.


El problema con un jovencito(a) de 13-16 años, es que de un segundo a otro pasan de ser un tipo “adulto responsable”, por el que le dieron el permiso para manejar, a niños, y se convierten en un peligro al volante.

Un niño que puede hacer cosas en un carro que hiela la sangre. Cosas que los pueden convertir en homicidas impru­denciales. De hecho, algunos ya lo son, ya que los jovencitos pro­vocan más acciden­tes”, según fuentes de seguros interna­cionales” que grupos de personas de cual­quier otra edad. A pe­sar de las evidencias de accidentes fatales, los menores siguen consiguiendo permi­sos para conducir, y otros así, sin per­miso lo hacen.

¿A qué edad es la más conveniente para manejar? No sé, que de eso se encarguen nuestros legisladores y los expertos, pero al menos que los jovencitos vivan las etapas de su vida de acuerdo a su edad.

Precisamente ayer que salí a ca­minar, me tocó ver a jovencitos “lu­ciéndose” ante las niñas, acelerando a 100 kilómetros por hora o más fren­te al Instituto La Salle. Vi morritas hechas bola en un carro con el estéreo a todo volumen y cantando a pulmón abierto, otros tomando sus cervecitas sin pudor alguno y para completar el cuadro, en el cruce de las calles Coahuila y Norte, una menor se pasó el alto y se estrelló contra un joven que venía sobre la calle Norte. Ella iba acompañada de un hermanito y de su amiguito. Cuándo le pregunté a la muchachita que le había pasado, qué porque se había pasado el alto, ella, agarrándose la cabeza contestó: “Es que creí que era la calle Tabasco”

O sea, no sólo venía en sentido contrario, no sólo se pasó el alto, ni siquiera sabía sobre qué calle iba transitando. Admito que las calles de la ciudad no cuentan con los señala­mientos adecuados, pero eso de no saber en qué calle iba es demasiado descuido, digo ¿no?

Cómo podemos esperar que los padres de estos adolescentes se pre­ocupen por nuestras familias si no se preocupan por sus propios hijos. Mis comentarios podrán parecer ño­ños, pero ni por un momento puedo quitarme de la cabeza la imagen que dice: “Los carros son ataúdes”
Jesushuerta3000@hotmail.com