Por: Eduardo Sánchez
La vida de la iguana es en parte como la vida humana. Todo implica un riesgo y cada riesgo implica un todo. Es posible que por eso la vida suela ser un ejercicio que llega a cansar y a hastiar, de la misma manera que lo hacen los problemas diarios que se nos van presentando y que nos hacen sentir que nadamos a contra corriente en un mundo de problemas cada día más difíciles de sortear
Es extraño ver como la vida siempre gira alrededor de la incertidumbre. Es agonizante sentir como la mente hace y deshace a su antojo en nuestro interior sin pedirnos ninguna autorización, llevándonos de lo sublime a lo despreciable, o de la alegría a la tristeza, de un segundo a otro y sin mucho que podamos hacer para que las cosas sean como deseamos.
En ese devenir de la ilusión humana se han llenado ríos y mares de lágrimas; la sangre ha corrido sin sentido alguno, alcanzando a apagar los fuegos y hasta la misma luz que un día nos prometieron iluminaría nuestros corazones. La realidad es exaltada por la visión de unos ojos hambrientos de afecto, pero la realidad nos demuestra que el amor es un platillo que se sirve sólo para los dioses, por lo que los meros mortales permanecen en ayunas.
Los hijos, casi siempre, no son más que frutos del fuego de las entrañas, por eso sus vidas se apagan sin remedio ante la briza de un mundo que nació del mar. La locura nos acompaña irremediablemente durante todo el camino y nos lleva, cual rehenes, a cárceles solitarias, desde donde deberemos de hacer nuestro mayor esfuerzo, casi sobrehumano, para poder llegar a ser parte del plan maestro del universo. Hasta poder encontrar el equilibrio que solo puede brindar una conciencia despierta…
Mientras tanto, aquí seguiré cavilando junto a esa simple iguana que atrajo mi atención y relaja mis sentidos.