La gente de diario: entre niños y ancianos

Por: Redacción

Debo admitir que me dio mucho coraje. ¡Demasiado! ver a un señor cintareando a una niña enfrente de todos porque la niña no se po­día quedar sentada “quietecita” mientras que él se comía unos tacos atrás del mercado de la Comuripa. Es de las cosas más infames que he visto. Es algo grotesco, al menos para mí.

¿Qué nos da el derecho de gol­pear así a un niño por una tontería? Nada. Los niños no son cosas de nuestra propiedad con las que po­demos hacer lo que nos dé la gana. Aunque, en estos casos se debe de­nunciar el hecho y pedirle al padre que no lo haga, con el respectivo riesgo de que a solas se desquite con el pobre niño a solas.

Los golpes y los malos ejemplos dejan huellas imborrables en sus corazones, que con el tiempo se tra­ducen en malas conductas, sí, justo como está nuestro Estado, lleno de malas conductas de adolescentes, jóvenes y adultos.

Ver a un niño sufriendo y avergonzado te rompe el cora­zón, aunque parece que no a to­dos les pasa esto.

Luego nos extrañamos de tanta violencia, suicidios infantiles, joven­citos infractores, pero somos noso­tros los que les estamos fallando. No nos respetamos a nosotros mis­mo, menos a nuestros hijos o veci­nos, de ahí que vivamos inmersos en un vórtice de violencia.

Ahí vamos pasándoles todas nuestras frustraciones y quebran­tos a los menores, y en ellos se con­vierten en emociones negativas con las que no saben lidiar, y todo por la falta de adultos completamente conscientes de la gran responsabi­lidad que implica tener hijos, a los que hay que guiar con afecto y dedi­cación para que puedan sobrellevar con éxito esta aventura emocio­nal- espiritual que llamamos vida. Ayudarlos a aprender a equilibrar sus sentidos lo que les facilitará acceder con más constancia a lap­sos de alegría y satisfacción por su existencia, de otra manera evitarán sentir como mecanismo de defensa, anota E. Tolle, pero este mecanis­mo de defensa permanece hasta la edad adulta. La emoción sigue viva y, al no ser reconocida, se ma­nifiesta indirectamente en forma de ansiedad, ira, violencia, tristeza, adicciones y hasta en forma de en­fermedad física.

¿Por qué no?

Tengo años conviviendo con adultos mayores, tantos que ya casi los alcanzo, y he pensado que sería extraordinario si, con la idea de hacer mejor las cosas, se creara en nuestra ciudad un consejo de ancianos.

Por una parte, las administra­ciones públicas y las instituciones podrían contar con los consejos de personas mayores, y por otra parte los ancianos se sentirían útiles, vivi­rían mejor y con más interés.

Esto no implica necesariamente desembolsos económicos mayores, si acaso cada reunión podría ser en algún comedero local y a tomar nota de temas específicos. Es decir, citarlos y preguntarles como resol­verían ellos tal o cual problema, y así poco a poco ir fortaleciendo de una manera integral todos los sec­tores de nuestra comunidad.¿Por qué no?