Por: Eduardo Sánchez
La emoción que sintió la hizo llorar. A su hija, que le ayudó a desempacarla, le pareció una Biblia muy hermosa, pero algo pesada. En cambio, a ella le pareció liviana. Y dijo que su fe le dio este primer milagro: el de no sentirla pesada. A su esposo, un hombre de más de setenta años, le dieron nervios, pues ambos vivían de su pensión y el costo que tenían que pagar por la Biblia era de dos mil cuatrocientos pesos, más gastos de envío. Pero para el siguiente día la cantidad ya se le había olvidado, pues la dicha de su querida esposa, era inefable. Pronto los vecinos comenzaron a desfilar uno a uno por su humilde morada con tal de ver la Biblia de doña Rita. Ella pasaba horas y horas leyendo las liturgias y cada día se sentía más satisfecha de su compra. Muy pronto se le ocurrió organizar, manzana por manzana, grupos católicos, y era común que la invitaban a decir unas palabras en las primeras comuniones, en bodas, velorios y en cuanto evento consideraban necesaria la Palabra de Dios.
Era muy común verla entrar a las casas llevando la buena nueva y diciendo que el Espíritu Santo los aliviaría de todo mal. Visitaba a los enfermos y hacía oración con ellos. En sí, la vida de doña Rita, cambió. Se sentía iluminada.
Doña Rita se quedó sin su Biblia, y, aunque había aprendido de memoria muchos de los Salmos, nunca se pudo hacer a la idea de no tenerla más. Yo, queriendo consolarla, le dije que le regalaría una, me acordé de esas biblias que hay en los hoteles y que podría tomarla para dársela. Pero no, ella quería su Biblia, la especial, y andaba pidiendo dinero prestado para recuperarla. Ya no volví a saber de doña Rita.
“Cuando tú y la Biblia creas, verás que grande fue Jesús y sentirás que hace leve el peso que hay en tu cruz” Nelson Ned
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