Su rostro cándido ocultaba un oscuro pasado que poco a poco comienza a tomar forma; de tomarse fotos con artistas a matar a su madre y su tío
Por: Edel Osuna
A una semana de que Karla Fernanda, de 18 años de edad, fuera arrestada por haber asesinado a su madre y a su tío, con cuyos cadáveres pasó unos días, el negro pasado de su infancia y juventud empiezan a visualizarse.
De acuerdo con las investigaciones realizadas por la Fiscalía de Justicia de la Ciudad de México, la joven era usada por su madre, Paola Georgina, para denunciar y extorsionar a sus vecinos, como el caso de un residente del edificio de departamentos donde vivían, y quien permanece en prisión, acusado por la mamá de la joven de haber abusado sexualmente de ella, algo que los vecinos alegan nunca ocurrió, sino que era el modo de vida de la mujer: denunciar y después pedir dinero para retirar la querella.
Vivían en un casa convertida en un basurero, la cual carecía de agua, luz, no contaba con sanitario, ni tampoco con regadera, misma que Karla intentó incendiar.
Según los resultados de una visita a la casa de la tragedia, efectuada por una trabajadora social, se topó con una casa de terror, pues la violencia y los gritos eran la constante, misma que no era ajena para los vecinos, quienes denunciaron lo ocurrido.
Por otra parte, en la Fiscalía capitalina existen dos carpetas de investigación por presunto abuso sexual y violación, otras dos por robo y una más por amenazas; en todas, la madre de Karla, Paola Georgina, la llevaba al Ministerio Público.
Karla jamás conoció a su padre, pues cuando su mamá estaba embarazada él entró a prisión por robo y la mujer jamás fue a visitarlo, ni para que conociera a su hija. Por su parte, él, al salir años después, tampoco hizo el mínimo esfuerzo por buscarla.
En mayo de 2011, personal del Hospital Siquiátrico "Juan N. Navarro" acudió al domicilio de la joven, que entonces tenía 7 años, para ver en qué condiciones vivía.
Los resultados fueron brutales, pues diagnosticaron a la menor con retraso mental moderado y describían el ambiente tan hostil en el que se desarrollaba la menor, ya que había riesgo de accidentes y condiciones de salud inexistentes.
Y es que en la casa vivían cinco personas amontonadas: los abuelos maternos de Karla, su tío Juan, quien sufría de una enfermedad mental; su madre y la joven, quien tenía a su lado dos perros.
Pese a que vivían en una casa sin servicios, todos hacían sus necesidades en el interior; no contaban con comedor y comían sobre una tabla montada en un bote.
En la sala-comedor había dos sillones de plástico y una cama individual; alrededor había bolsas llenas de ropa y basura; también había desperdicios, cartón y botellas.
La única recámara tenía una litera sin colchones y, como la casa no tenía ventilación, describieron que el olor en el interior era nauseabundo, pues había material fecal y orina por todos lados.
Asimismo, había manchas de humo y flamazos, por lo que la gente del siquiátrico concluyó que meses atrás Karla había intentado quemar el departamento.
También se indicó que se debía valorara a la entonces menor, a fin de llevarla a un internado, pero nada ocurrió.
Luego de más de una década todo siguió igual, salvo que Karla se convirtió en la asesina de su madre, de su tío y pasó a vivir con sus dos perros, los que se volvieron en su único refugio.