Por: Eduardo Sánchez
No cabe duda, el nuestro es un pueblo que ha escrito y ha vivido su historia en términos surrealistas: vamos de la tragicomedia al absurdo. Desde los inicios comenzaron las traiciones que culminaron con el intercambio de oro puro por espejitos, y enamorados que sucumbieron ante los encantos de la Malinche y se unieron al enemigo. Después llegaron los curas incitando a la guerra en vez de encontrar la paz, como reza su evangelio. Ejércitos que van tras los vendedores de drogas en lugar de crear estrategias eficientes en materia de salud pública con tal de evitar la violencia que genera la adicción. Drogadictos que en lugar de encontrarse con las musas del olvido que les permitan escapar de su gris laberinto, sólo encuentran miles de muertos detrás de cada pinchazo. Políticos que dejan sus puestos públicos como senadores, diputados y presidentes municipales para brincar a otro puesto de “elección popular” vía plurinominal, y que usan la palabra ”congruencia” como punta de lanza en su nueva aventura. Profesionistas que tienen que huir del país a causa de la cultura de las palancas y compadrazgos, para poder destacar. Medios de comunicación que encuentran más redituable callar que informar, lo que los sumerge en ese eterno círculo vicioso de la necesidad de venderse para seguir subsistiendo.
Es el mío un país en donde los libros se usan más para prender calentones que para iluminar cerebros, y la música que escuchamos, en su mayoría, no es más que basura enlatada. Es el nuestro un lugar en el mundo en donde gran parte de nuestra esencia la hemos obtenido gracias a sus colores y aromas.
“Veo un país de altas montañas, pirámides y campos floridos, y un pueblo ardiente animado por sus corridos; veo sus familias a través de la gloria y también del dolor,siempre abrazando la esperanza de un mundo mejor” Viva La Gente
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