Agua que no has de beber…

Por: Eduardo Sánchez

Hoy, como siempre, venía co­rriendo para no llegar tarde al ta­ller de Enfoque Estratégico que es­taba llevando. Y, así como llegaba corriendo, así me iba. Parece que, o tengo muchas cosas que hacer o soy muy malo administrando el tiempo.

Total que, como suele ser cuan­do haces las cosas a prisa, siempre algo sale mal.


Esta vez, por no poner atención tropecé con las piernas de una jo­ven que estaba tendida en el sue­lo junto a la fuente de la entrada principal de la ULSA, y, lo que es peor, junto con mi persona se fue al agua la laptop que tenía la joven con la que tropecé.

Para mí mala suerte, la máqui­na estaba conecta­da y al entrar en contacto con el agua recibí una fuerte descarga de electricidad, que me hizo sen­tir una horrible sensación de ca­lor recorriendo todo mi cuerpo, hasta perder el sentido.


Como pude, me levanté y ofrecí una disculpa a la muchacha que, más que moles­ta, se veía asom­brada por lo que pasó.

—No se pre­ocupe, señor, me dijo.

—Al contrario, le pido perdone mi descuido, con­testé.

Y sin poner mucha atención en los detalles, seguí con mi ca­mino rumbo a la biblioteca en don­de se impartía el taller. Entré al cubículo sin hacer ruido y me senté en la primera si­lla que encontré. El agua me escu­rría de pies a cabeza; sentía mucho frío.

También sentía dolor en todo el cuerpo, pues la descarga eléctri­ca al parecer quemó mi piel, pero me aguanté porque la clase estaba muy interesante y ya era de las úl­timas.

Al parecer el maestro y los com­pañeros no notaron mi presencia, pues él siguió hablando y ellos si­guieron atentos a la clase.

De pronto el tutor pidió que rea­lizáramos un último ejercicio para concluir, y presto me puse a ha­cerlo. Poco a poco cada uno de los compañeros lo fue terminando.

Al acabar todos, el maestro dijo que fuéramos presentando nuestro documento. Cuando llegó mi tur­no me levanté y comencé a leerlo, pero nadie me ponía atención.

Tan es así que me dejaron ha­blando solo y otra persona comen­zó a leer el suyo. Me sentí muy molesto por esta falta de cortesía, pero me quedé callado.

En eso, un joven que no conocía entró de pronto al salón de clases diciendo que había ocurrido un ac­cidente y que un señor de este cur­so había muerto electrocutado.

Entonces notaron mi ausencia y comenzaron a preguntarse cómo habría sido y si alguien conocía a mis familiares para avisarles de mi defunción. Fue hasta entonces que noté que estaba muerto.

“Quizás fui un cualquiera pero nunca del montón, y el que aho­ra me muera no me quitará ese don...”Alfredo Olivas