Por: Armando Fuentes (Catón)
Yo también me equivoqué, lo reconozco. Celebré con entusiasmo la victoria de la revolución de Castro sobre la dictadura de Batista. Todos quienes por entonces éramos estudiantes de la UNAM festejamos ese triunfo, excepto aquéllos a los que llamábamos "conejos", soterrados ultraconservadores. Al paso del tiempo, sin embargo, algunos abrimos los ojos y nos percatamos de que la dictadura batistiana, que tenía convertida a Cuba en un burdel para norteamericanos, había sido sustituida por otra tiranía que hizo de la Isla una cárcel y un paredón de fusilamiento. Yo he sentido siempre un gran amor por Cuba. La amo por los versos de Martí y por sus canciones de ayer y hoy. Supe de los generosos esfuerzos que hizo don Manuel Márquez Sterling, embajador de Cuba en México cuando los aciagos días de la Decena Trágica, para salvar la vida de Madero. Pero me enteré de los asesinatos y crímenes de lesa humanidad que contra sus disidentes estaban cometiendo Castro y el famoso Che Guevara. Este último es objeto, incluso en nuestro tiempo, de un culto irracional e irrazonado. Me sorprende que las raras veces en que lavan sus camisetas con la efigie del Che quienes aún las portan, la anacrónica y ya cursi prenda no chorree sangre. Esta última expresión es hiperbólica y melodramática, lo sé. Sin embargo los sangrientos excesos de la revolución castrista están documentados, y en nada se distinguen de las masacres que acompañaron a la instauración de otras dictaduras, como la de Franco en España o Pinochet en Chile. La de Castro en Cuba devino en pobreza y opresión para los cubanos. Es cierto: el cambio de régimen trajo consigo logros en campos como el de la educación y la salud. Pero el bello país llegó a ser mero satélite de la Rusia comunista, y sus habitantes sufren hoy carencias que ya son intolerables, y padecen todos los males que derivan de la falta de libertad. Vientos de fronda soplan ahora en Cuba. Quienes detentan el poder en la Isla se verán obligados a hacer cambios de fondo so riesgo de enfrentar una insurrección popular incontenible. Nuestro Gobierno -llamemos así al régimen obradorista- debe entender esos cambios en vez de apoyar automáticamente a quienes, herederos de la dictadura castrista, encabezan ahora ese sistema opresivo y opresor. Ningún dogma obsoleto ha de estorbar los anhelos de libertad que el pueblo cubano está empezando -por fin- a evidenciar. Lord Feebledick pensó que el hecho de haber sido comandante del Cuarto Regimiento de Lanceros lo protegería contra el coronavirus. Se equivocó, y dio positivo a la prueba del covid. Su esposa, lady Loosebloomers, se alarmó. Le dijo: "Reclúyete inmediatamente en tu recámara. Si no lo haces contagiarás a la mucama, la mucama contagiará al mayordomo, el mayordomo contagiará a la cocinera, la cocinera contagiará al jardinero, el jardinero contagiará a la planchadora, la planchadora contagiará al chofer, y el chofer me contagiará a mí". Uglicia, procuraré decirlo sin faltar a las buenas maneras ni a la caridad cristiana, era bastante feíta. Aun así encontró marido. Un día le preguntó, coqueta: "¿Qué harías si te enteraras de que estaba teniendo yo relaciones con otro hombre?". Respondió el esposo: "Llamaría inmediatamente al manicomio para denunciar la conducta inmoral de uno de sus asilados". La luciérnaga y el ciempiés se casaron el mismo día, cada uno con su respectiva pareja. Al día siguiente la luciérnaga le preguntó al ciempiés: "¿Cuántas veces hicieron ustedes el amor anoche?". Respondió el miriápodo: "Una". "¿Una nada más? -se burló la luciérnaga-. ¡Nosotros lo hicimos siete veces!". "Sí -replicó el ciempiés-. Pero es que ustedes no tardan tanto en quitarse los zapatos". FIN.