Situación de pesca sureña
Por: Gerardo Armenta
Ver en cercanía personal un tiburón de siete metros de largo debe entrañar normalmente una impresión terrorífica. Tal fue la que sintieron, con llanto de por medio, dos jóvenes buzos del área de Las Bocas y Tojahui. Describieron al escualo como del tamaño de una panga. ¿Se imagina usted la reacción por la que debieron pasar? Terrible. O demoledora.
Porque no sólo vieron al tiburón...les pasó por un lado cuando se dedicaban a la captura de callo de hacha. Estaban a un kilómetro de la orilla. Reconocieron que se asustaron mucho (¿y quién no?) porque el tiburón era "grandísimo". Con siete metros de largo de un reconocido depredador de los más peligrosos que existen, tal visión debió ser demoledora para el ánimo de los jóvenes. ¿Qué se hace o debe hacerse en esos casos? Ni siquiera pensar en correr. ¿A dónde y cómo? Los jóvenes pescadores estaban en el mar. Y es allí donde suelen producirse encuentros con tiburones, encuentros que, por supuesto, nadie quisiera asumir.
Los protagonistas de esta historia la reseñaron así, tras señalar el susto que les produjo la cercanía del tiburón: "...nos abrazamos en el suelo, desesperados, con mucho miedo, llorando. Estuvimos allí tirados como 20 minutos, y decidimos salir. Gracias a Dios salimos vivos". Un relato (o un hecho) como el que se comenta demuestra que miedo y llanto no siempre bloquean la capacidad de raciocinio para asumir la entereza que se requiere para salir de situaciones de apremio como la que se describe.
Cabe dar por sentado que los protagonistas de esta historia hicieron lo correcto para librar con vida del episodio que les tocó protagonizar. Lloraron por el miedo que sentían, al parecer sin asomo de dramático terror, pero también le apostaron al paso de varios minutos para salir del apremio existencial al que los remitió el tiburón. Todo ese mecanismo personal que llevaron a cabo, les salvó la vida y permitió que hicieran el relato respectivo.
El laureado cineasta Steve Spielberg hizo en 1975 una película titulada precisamente Tiburón. La cinta acabó con el cuadro en taquilla por las obvias razones conocidas por el tema y el grupo de actores que la protagonizó. Los tiburones siempre habían estado allí. Pero desde la realización de esa película pasaron a convertirse en uno de los elementos de terror humano más temibles e impresionantes. ¿Quién llegaría pensar que, en el mismo sur de la Entidad?, terminarían por significar en principio un peligro tan abierto para los hombres de mar.
Las autoridades en la materia deben meditar en esta problemática a la que se alude. Pero deben hacerlo en serio, sin la demagogia convencional que todavía es común que salga a relucir cuando menos se le espera. Le ayudará a ese propósito atender declaraciones recientes formuladas por el presidente de la Cooperativa Loma Parda de Yavaros, Ramón Valenzuela Ruelas, quien dijo:
"Seguimos de malas en la pesca. De por sí las capturas están muy bajas, y ahora con esto de los tiburones que nos interrumpen a cada rato la actividad, pues imagínense". Por sobre estas circunstancias, admitió lo que es preciso hacer para superarlas, y expresó: "Tenemos que acatar la orden de las autoridades, a pesar de la necesidad que hay de trabajar y llevar un poco de sustento a las casas y familias".
El problema es que los pescadores tienen necesidad de trabajar, como propósito o necesidad de vida propia y familiar, pero a las flamantes autoridades relacionadas con la pesca se les hace muy fácil prohibir este quehacer "con esto de los tiburones", como dice Valenzuela Ruelas, en vez de idear algún mecanismo para que lo pescadores no dejen de trabajar. Así lo único que hacen es empeorar la situación en vez de ayudar a despejarla. Cierta burocracia suele ser la misma en todos los ámbitos oficiales. Por eso suele decirse que casi siempre estorba en lugar de ayudar.
Piénsese en el costo de los permisos oficiales para dedicarse a la pesca en las llamadas especies de concha. De acuerdo con Valenzuela Ruelas, anteriormente un permiso para callo de hacha por cinco años costaba mil pesos. Hoy vale más de 16 mil pesos. Está bien que el callo de hacha sea un producto de mar muy apreciado y caro para los que saben de estos menesteres. Pero tal parecería que el permiso para obtenerlo en el mar equivale a uno para buscar diamantes o rubíes. Al final, el caso es que, por lo visto, la pesca sureña no sólo enfrenta el peligro significado por los tiburones.
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