Un poco de Historia de Sonora: Sobre las mujeres y la campaña antichina en la posrevolución mexicana

La posición de las mujeres mexicanas recaía en su posibilidad de dar a luz a este nuevo “tipo” de mexicano y condicionaba su estatus en la sociedad

Por: Jackeline Duarte Durazo

Durante las primeras décadas del siglo XX, en Sonora se llevó a cabo un movimiento de corte xenofóbico cuyo objetivo se centró en suprimir y expulsar a la comunidad china que radicaba en el estado. Lo que inicio como un movimiento sin una estructura fija, evolucionó en una campaña respaldada por la prensa y legislaciones restrictivas contra los ciudadanos de origen chino durante la década de 1920. Estas acciones también afectaron a aquellos sectores de la sociedad cercanos a la comunidad china o en “riesgo” ante la misma, como es el caso de las mujeres.

En un primer nivel, la posición de la mujer en el nuevo estado mexicano y posrevolucionario no mostró grandes cambios. La constitución de 1917 no dotó de una mayor participación y derechos a este sector. Por el contrario, parte de las políticas nacionalistas posrevolucionarias otorgó a las mujeres la responsabilidad de engendrar y educar a los futuros ciudadanos (Hernández, 2018, pág. 7).

Posteriormente, con la invención del “blanco-criollo” como prototipo étnico-racial regional ideal, se marcó la pauta para categorizar a los extranjeros con base en distinciones raciales y convirtió al migrante chino en un indeseado. Como consecuencia, la idea de la reproducción con fines de mejoramiento racial responsabilizó de su éxito a aquel sector que podía procrear y educar a los nuevos ciudadanos: las mujeres, convirtiéndolas así en lo que Lisbona (2015) denominó un instrumento de política pública nacionalista.

La categorización racial establecía una preferencia por mujeres virtuosas y sexualmente puras (Reñique, 2008, pág. 6), que engendrarán a una nueva y mejorada generación de ciudadanos. A las mujeres se les encargó generar la “raza mestiza homogénea” que el proyecto posrevolucionario deseaba, una casta ideal, que llevaría al país a la modernidad. De esta manera, la posición de las mujeres mexicanas recaía en su posibilidad de dar a luz a este nuevo “tipo” de mexicano y condicionaba su estatus en la sociedad al padre de estos futuros ciudadanos.

En el imaginario posrevolucionario y antichino las mujeres no fueron consideradas individuos, fueron construidas a raíz de lo que se consideró parte de su naturaleza femenina. El deber ciudadano de las mujeres era ser esposa y madre virtuosa de los hijos de la república (Lau Jaiven, 2017, p. 59). Fueron transformadas en deseo y meta a alcanzar, como si aquello las llevase a existir. Esto se tradujo en una relación de poder, donde el sector femenino siempre se mantuvo en desventaja; significó ocupar las funciones que los varones no querían para ellos, pero que se requerían para continuar con los planes de la nueva nación.

De esta manera, la campaña antichina en Sonora legitimó, a través del imaginario social, su animadversión contra los chinos y la presión contra las mujeres, quienes, con sus decisiones, podrían ocasionar la degeneración racial y la destrucción de los ideales nacionales. Desde propaganda contra las relaciones sino-mexicanas, discursos dirigidos a advertir el peligro de relacionarse con chinos, hasta el uso de términos despectivos como “chineras”, las mujeres se pueden considerar el sector de la población más presionado por el movimiento sinofóbico, sólo siendo superadas, en algunos casos, por los propios varones asiáticos.

Para las denominadas “chineras” (mujeres que se les relacionaba o se relacionaban públicamente con miembros de la población china), una vez vinculada con un ciudadano de origen chino eran definidas y tratadas por su relación con éste: se convertían en “mujeres detestables que son más propiamente pálidas floraciones de las inmundas cloacas sociales, que se entregan al comercio carnal y clandestino con individuos de nacionalidad mongólica […]” (Espinoza, 1931, p. 154). La indiferencia ante el llamado “problema chino” (Espinoza, 1931, p. 146) se traducía como una traición al idealismo posrevolucionario y a la patria mexicana.

Con este razonamiento, el movimiento aprovechó las motivaciones y manifestaciones de activismo político de algunas sonorenses para involucrarlas en la campaña (Hernández, 2018, p. 174) y apoyar en el convencimiento a las mexicanas de evitar todo contacto con la raza china, porque “eso significa degeneración y envilecimiento” (Espinoza, 1931, p. 174). Durante gran parte de la década de 1920, grupos femeninos antichinos se movilizaron en distintos municipios, divulgando la causa antichina y promoviendo el nacionalismo entre las sonorenses de clase trabajadora y los círculos familiares como parte de la idealización del compromiso patriótico de las mujeres. Por consiguiente, durante el movimiento sinofóbico, el sexo fungió como símbolo de categorización que delimitó las actividades aprobadas a cada rol de género. Y, a su vez, brindó los elementos para que, hoy, se pueda analizar la evolución social y política de las mujeres en el proceso de reconfiguración del nuevo Estado mexicano.