Un día en el infierno

¿Cómo crees que vas a ser diferente a toda esa gente que, aun en su lecho de muerte, se niega a llamar al doctor?

Por: Jesús Huerta Suárez

Nunca pensé que el infierno fuera en la Tierra hasta que lo viví en carne propia. Sientes que la cabeza te va a explotar en cualquier momento; los ojos, cual golpes de marro, te duelen hasta el alma. Un sudor frío recorre tu cuerpo de pies a cabeza y las náuseas te ahogaban sin piedad hasta que logras vomitar incluso la última molécula que había en tu organismo, incluyendo las pastillas para el dolor que te hubieras autorecetado. Después, una acidez te invade, quemándote las entrañas, y te pones a llorar pensando que de algo servirá.

Te sientes mal... muy mal. Es más, puedes desear morir en ese momento para evitar tanto dolor y confusión, pero, para colmo de males, al mismo tiempo que deseas morirte, te mueres de miedo de que eso te vaya a pasar. Te puedes sentir más tonto y torpe de lo común... ¿Llamar a un médico? ¡No! ¿Cómo crees que vas a ser diferente a toda esa gente que, aun en su lecho de muerte, se niega a llamar al doctor? No sé, quizá sea vergüenza de que te vean así, o miedo a que te digan que algo grave te ocurre y aun así les tengas que pagar el doble por venir a tu casa. Fue horrible y no se lo deseo a nadie.

También, ese día, descubrí que, aun con el cuerpo en llamas, los problemas y las preocupaciones te siguen martillando el cerebro, ¡y creo que con más fuerza! Porque no, no porque te sientas morir, las preocupaciones te dejan de afligir, lo que aumenta el coraje y la desesperación.

Cada paso que daba al dirigirme al baño o a la cocina, el piso se movía, mis pasos eran inciertos y mi visión borrosa. Era una pesadilla estar despierto, pero era imposible estar todo el día dormido.

Haciendo memoria de qué podría ser lo que me pasó, 36 horas después de mi día en el averno, llegué a la conclusión de que había sufrido un golpe de calor, y es que entre finales de julio e inicios de agosto, antes de que se terminara la canícula, estuvo haciendo un calor como hacía tiempo no sentía. Infernal, por lo que pasé unos días sudando a mares y tomando agua con hielo. Bañado en sudor, me ponía frente al aire acondicionado cual ingenuo adolescente, o entraba a algún comercio y tenía que abrir el congelador para sacar algo que necesitaba. Errores muy básicos que me provocaron un fuerte golpe de calor. Sí, esa misma situación que a muchos les ha costado la vida. Uno no cree que le pueda pasar, pero todos somos susceptibles a sufrirlo.

Han pasado dos semanas de ese día de dolor, y apenas estoy recuperando el sentido del gusto y del olfato. Siento que los ojos y la visión no se han recuperado del todo. Mi estado de ánimo sigue a la baja, pero tienes que trabajar. Las punzadas en el cerebro han ido desapareciendo. Ya no me falta el aire. El cuello ya casi vuelve a la normalidad.

Ten cuidado, no te vaya a pasar, porque un día en el infierno debe ser peor que morir.

Chuyhuerta3000@gmail.com