Dimensionar y reivindicar la historia del PRI es importante para la existencia del partido, y porque México debe de restablecer el Estado de bienestar
Por: Alberto Vizcarra Ozuna
El exgobernador de Sonora, Eduardo Bours Castelo, decidió imprimirle una pausa a su militancia en el PRI y a su participación en los órganos deliberativos del mismo a nivel nacional y estatal. La decisión parecería limitarse a la inconformidad con los procesos de renovación en las dirigencias del partido, pero en un artículo publicado después de que le puso pausa a su militancia, su postura toma mayor alcance. Bours Castelo reconoce que el PRI le ha aportado al país la creación de grandes instituciones, en todos los ámbitos de la vida nacional, y que sus gobiernos construyeron gran parte de la infraestructura económica que hoy tiene la nación. Lo señala para afirmar que “redefinir y reposicionar al PRI exige mucha autocrítica para recuperar la confianza de la militancia y la ciudadanía, pero también implica dimensionar y reivindicar su historia”.
Lo apuntado por el exgobernador atañe directamente a la crisis existencial de PRI y se inscribe, en una crisis existencial del país que ya acusa los saldos de ingobernabilidad provocados por cuatro décadas de estancamiento económico que han profundizado la brecha social y han debilitado la fortaleza institucional frente a las bandas del crimen organizado, que como ejércitos privados, toman control de territorios, siembran el terror y vulneran la soberanía nacional. Por desgracia, el gobierno actual, ve en el desastre la mejor oportunidad para alimentar la polarización política y sostener con ello la hegemonía electoral, mientras que la suerte de la nación permanece a la deriva.
Y en efecto, dimensionar y reivindicar la historia del PRI, es importante no solo para la eventual existencia de ese partido, sino fundamentalmente para el entendimiento de que México debe de restablecer el principio constitutivo del Estado de bienestar, resultado de la Revolución Mexicana y ejercido desde de los años 20 del siglo pasado, con una mayor sistematización a partir de los años treinta, hasta 1982. Período en el que se hicieron posibles, las tasas de crecimiento económico promediadas en más del 6 por ciento anual, nunca vueltas a recuperar en los últimos cuarenta años gobernados por la política económica neoliberal.
A partir de 1982, ni los gobiernos del PRI, ni los del PAN, incluidos los más de 4 años del gobierno de MORENA, han logrado recuperar, ni siquiera acercarse, a las tasas de crecimiento sostenidas durante el periodo posrevolucionario en el que el Estado conservó -sin suprimir a la iniciativa privada, por el contrario estimulando el fortalecimiento de un empresariado nacional- el papel de planificador de la economía, haciendo del gasto público y de la direccionalidad del crédito, los instrumentos fundamentales para el cumplimiento de las metas nacionales en la construcción de infraestructura económica básica, gestión de agua, energía, producción de fertilizantes, industria pesada, servicios, ciencia y tecnología; junto a una vigorosa protección a la producción nacional de granos básicos para reducir la dependencia alimentaria.
Al final de su sexenio, después de afrontar el impacto nacional del incremento abrupto de las tasas de interés del mercado internacional del dinero y la caída proporcionalmente inversa en los precios de las materias primas, especialmente el petróleo, el presidente José López Portillo, advertía la gran ofensiva que se venía contra México para que el país abandonara las políticas económicas derivadas de la Revolución Mexicana y orientadas a lograr la industrialización del país. Como ex presidente dramatizó el hecho: “fui el último presidente de la Revolución Mexicana”.
Las acciones de protección a la economía nacional, frente a los grandes desajustes del sistema financiero internacional, tomadas en la parte final del sexenio de López Portillo, fueron desmontadas en forma inmediata y sistemática en las primeras semanas y meses del gobierno de Miguel de la Madrid. Se puso en marcha una apertura comercial indiscriminada, que lastimó significativamente áreas estratégicas de la economía nacional, tanto del sector primario como ramas de la industria. Esto acompañado de severas políticas restrictivas. El gasto público dejó de tener incidencia y jalón sobre la economía, desapareció el crédito nacional, se suprimió la continuidad en los proyectos de infraestructura para gestionar más agua y ampliar la frontera agrícola, se abandonó el impulso al sector de la petroquímica, a la industria del acero y a la construcción de nuevas plantas nucleares. México entró así en una dinámica comercial que durante todos estos años ha venido debilitando las actividades productivas del mercado nacional y despojando a la nación de los instrumentos indispensables para retomar una política de industrialización nacional.
Fueron los años en los que el PRI empezó también a desdibujarse y a despegarse de sus orígenes. La ofensiva externa era abrumadora y el entonces partido oficial se fue alineando a estas políticas que dejaban al país expuesto a los dictados de un sistema financiero internacional que usa el mecanismo de la deuda externa como el principal instrumento para devorar la renta nacional. Como consecuencia surgieron los disensos internos, en aquel entonces encabezados por Cuauhtémoc Cárdenas y la llamada Corriente Democrática. A pesar de esto el PRI no corrigió y terminó isomerizándose a las políticas económicas neoliberales, incluso cambiando las partes medulares de sus principios, programa y estatutos que chocaban con la adaptación incondicional de México a las políticas libre cambistas que le imponía la globalización.
La necesidad de que el PRI recupere su origen e identidad, en tanto que está íntimamente ligado con la vida institucional del país y con sus mejores logros en beneficio de la economía y de la mayoría de la población, es indispensable, no solo para ese partido, sino para todos los partidos y para México entero. No hay forma de salir del extravío, más que apelando a los orígenes.