Por: Redacción
Como todos los sábados, llegamos a la misa de las cinco de la tarde mi esposa, mis dos hijos y yo. Para nosotros es toda una tradición, muy bonita, por cierto, porque la palabra de Dios siempre nos motiva a tratar de ser mejores, pero, sobre todo, por el gusto que me da ver a mis dos hijos participando en el coro de la iglesia, ella tocando la guitarra, y él cantando. Además, a esta iglesia de mi colonia, a esa hora casi no va gente y se siente una tranquilidad que invita a la oración.Todo era perfecto en esas tardes de sábado en la iglesia, hasta que un día me encontré, mientras recorría cada una de las imágenes de la Pasión de Cristo, con unos ojos de una guapa morena que me veían de pies a cabeza. Sentía su mirada como si pudiera penetrar a mis propios pensamientos. Era una muchacha algunos años más joven que yo que nunca había visto, hasta esa tarde que nuestras miradas se encontraron y me sonrió. Morena y de pelo sedoso que le llegaba hasta su esbelta cinturita. Unos ojos claro color miel que eran el marco perfecto de sus labios rosas y carnosos. La verdad me sentí intimidado ante tal mujer.
Al siguiente sábado también estaba ahí, y al siguiente, y al siguiente. De ahí en adelante ella siempre estaba ahí…y me miraba. Fue hasta la quermés de la iglesia que nos presentamos. Más bien ella se me acercó y extendiendo la mano me dijo su nombre: Dolly. Mucho gusto. Dolly, yo soy Pedro, le dije y siguió cada quien en lo suyo. Más tarde me volvió a encontrar y me sonrió mientras decía que le encantaba escuchar a mis hijos en el coro. “Gracias”, solo le dije, y nos despedimos. Me quedé pensando cómo supo que eran mis hijos.
Al otro sábado nos volvimos a encontrar y me volvió a sonreír pícaramente, tan obviamente pícara era su mirada que me comenzó a inquietar, al grado que no la pude sacar de mi cabeza durante toda la semana hasta encontrarla de nuevo en la misa de cinco. Y así, poco a poco se fue metiendo en mi mente para después yo meterme en su vida. Entre sonrisas, apretones de manos y la música del coro, me fui dejando llevar por sus encantos hasta que comenzamos a salir a escondidas. Todo iba bien hasta que mi esposa se enteró y se separó de mí. Me dolió mucho el distanciamiento de mi familia, pero el gozo que encontraba con Dolly era casi, casi perfecto.
Tiempo después, lo nuestro se hizo oficial, y de un día para otro estábamos viviendo juntos. Un domingo en la noche llegó a visitarla su madre, doña Alicia, quien vivía en Huatabampo y nos llegó de sorpresa. Dolly me presentó a con su madre, una señora de pequeña estatura, delgada y con el cabello entrecano muy corto, que fumaba cigarro tras cigarro sin importarle que estuvieran los dos hijos de Dolly a un lado.
Cuando me presentó ante su madre, Dolly dijo que estaba profundamente enamorada de mí y que yo la hacía muy feliz. Doña Alicia se mostró muy contenta de que su hija estuviera viviendo conmigo, y le dijo, ¿A él también lo conociste en la iglesia? Mientras me guiñaba el ojo. Dolly se rio y me contó que sus últimas dos parejas también las había conocido en la iglesia.
Al otro día, al despedirse doña Alicia, me dijo: —Estoy segura que vivirán muy felices y nunca te irás de su lado—, y me apretó la mano, — mientras subía a su carro con chofer.
A los meses lo nuestro se acabó. Creo que la diferencia de edades y sus cada vez más demandantes exigencias me fueron cansando. Luego supe que ella misma le había dicho a mi esposa lo que había entre nosotros, y me dio mucho coraje saberlo. También, por andar de enamorado descuidé mi trabajo y me corrieron, así que estaba sin familia, sin trabajo y sin Dolly. Estaba arruinado. Después supe que mi suegra era bruja de las que llaman negra y estoy seguro que algún hechizo me echó, pues desde que dejé a su hija me ha ido muy mal. He perdido todo, menos las cuentas por pagar y las ganas de regresar con mi familia, pero no he podido.