Los hombres no lo entendemos. Por la noche salimos a la calle sin pensar si la forma en que vamos vestidos nos pondrá en peligro
Por: Armando Fuentes (Catón)
Tenía 14 años de edad, y se llamaba Lucía. Se la robó un jefe revolucionario que pasó como un mal viento con su tropa por el lugar donde vivía la niña, la Villa de Patos, que ahora se llama General Cepeda, en el sur de Coahuila. Sus padres fueron a despedirla a la estación del ferrocarril; llorando la mamá, el padre en silencio hosco. Cuando partió el tren Lucía les dijo adiós tímidamente con la mano por la ventanilla del vagón, avergonzada, como si ella tuviera la culpa de lo que sucedía. El padre pasó el brazo sobre el hombro de su esposa y le dijo con acento al mismo tiempo triste y rencoroso: "Cómo no tuvimos puros hijos hombres". De eso hace ya más de 100 años. Pienso que muchos padres cuyas hijas han desaparecido, o están muertas, siguen diciendo en nuestro tiempo esa dolida frase. México es uno de los países del mundo en donde es más peligroso ser mujer. A la discriminación prevaleciente se ha añadido el continuado riesgo de padecer violencia y crimen por el solo hecho de ser eso: mujer. Los hombres no lo entendemos. Por la noche salimos a la calle sin pensar si la forma en que vamos vestidos nos pondrá en peligro. Tomamos un taxi sin considerar si acaso hemos abordado el vehículo que nos llevará a la muerte. Bebemos en el antro sin detenernos a sospechar si acaso alguien le puso a nuestra bebida alguna droga que nos quitará el sentido y nos dejará indefensos. Un filósofo griego cuyo nombre ahora se me escapa y ganas no me dan de perseguirlo, dijo estas palabras: "De tres cosas doy gracias a los dioses. La primera: de haber nacido humano y no bestia. La segunda: de haber nacido griego y no bárbaro. La tercera: de haber nacido hombre y no mujer". Injusticia grande es el hecho de que en nuestro tiempo las mujeres deban vivir con miedo. Ocasiones que deberían ser de gozo y alegría son para ellas motivo de inquietud y de temor. Se preocupan por cosas que a los varones nos tienen sin cuidado: el modo de vestir; la manera de andar; la forma de comportarse; el hecho de mirar. Entre nosotros las mujeres afrontan más riesgos que los hombres. La violencia y la muerte las acechan a ellas en mayor medida que a nosotros. Eso no debería ser. A los varones eso nos debe avergonzar. Mientras nuestras ciudades, nuestras calles y sitios de reunión no sean un lugar seguro para las mujeres, nuestro país no será un lugar seguro para nadie. Un preso le preguntó a otro recién llegado a la penitenciaría: "¿Qué condena te impuso el juez?". Respondió el otro, pesaroso: "99 años de cárcel". "¡Qué suerte tienes! -exclamó el primero-. A mí me dictó prisión perpetua". ¿Todavía se usa la palabra "raya" para designar el salario o sueldo que se percibe en el sitio donde se trabaja? Un tipo se presentó a cobrar su raya semanal, que era de 100 pesos, y se encontró con que su sobre traía 120. Nada dijo, claro. Aplicó el sabio principio según el cual el silencio es oro. Sucedió, sin embargo, que la semana siguiente su sobre traía 80 pesos en vez de los 100 que debería traer. Entonces sí reclamó. "Me dieron 20 pesos menos" -protestó enojado. Le indicó el pagador: "La semana pasada le dimos por error 20 pesos más. ¿Por qué entonces no dijo nada?". Adujo el individuo: "Porque un error se los puedo pasar, pero dos ya no". También se llama "raya" la línea que se forma al separar con el peine dos raciones de cabello. Sucedió que Astatrasio Garrajarra llegó a su casa en estado de ebriedad completa. Su mujer, temerosa de que el briago se hubiera gastado el sueldo de la semana en la parranda, le preguntó: "¿Y la raya?". Tartajeó el majadero: "Una vieja me despeinó todo". FIN.