Los gallos de pelea

Nobel y prosperidad

Por: Gerardo Armenta

Los datos son llamativos a la primera impresión. Tome usted nota: En Sonora hay alrededor de un millón de gallos de pelea. Existen en la entidad por lo menos 11 mil 450 familias dedicadas a la crianza de estas aves. Un gallo consume diariamente 120 gramos de comida. Cada kilo de ésta vale 20 pesos. Es válido señalar que la manutención alimentaria de los gallos involucra millones de pesos. Estos pormenores los consignó la reportera de este periódico Mary Montiel en un espléndido reportaje sobre el tema.

Existen por supuesto muchísimos datos más al respecto que sirven para entender como la cultura de los gallos de pelea (por denominarla así) alcanzó en Sonora un rango de notable actividad económica que, sin embargo, llegó ya en estas alturas al límite de la prohibición. Esto quiere decir, en llaneza de términos, que en la entidad ya no habrá más peleas de gallos. Una llamada Ley de Protección y Bienestar Animal, emitida por el Congreso local, las prohibió terminantemente el pasado mes de septiembre.

La cuestión no paró allí solamente. Porque también en Sonora están prohibidas ya las corridas de toros, las peleas de perros, las novilladas y en general toda actividad en la que se ejerza crueldad animal. En la entidad también ha quedado prohibida la venta de perros y gatos exóticos. Sin embargo, el apartado que tiene que ver con la suspensión legal de las peleas de gallos, es el que, de una u otra manera, impactó mayormente a la opinión pública sonorense. En cierta forma, una actividad como la descrita se había vuelto más o menos común a partir de una reconocible aceptación popular.

Una pregunta: ¿sabía usted que en la entidad existe una agrupación denominada Galleros de Sonora? Su vocero Francisco Ramos Rivera señaló que las ventas de aves de esta clase han disminuido un 50% tras la aprobación de la ley estatal sobre protección y bienestar de animales. El diputado local David Figueroa Ortega (Partido Verde) estimó que la ley aludida pretende cambiar la visión de la sociedad con respecto a los animales y considerarlos “seres sintientes y no objetos”.

Un propósito de esta naturaleza no puede ser cuestionado de buenas a primeras. Debe ser propio reconocer los alcances que le distinguen. Aquí el problema es que el tema en discusión tiene aristas en uno y otro sentido. Las peleas de gallos son eventos que denotan crueldad animal que no es posible ignorar. Pero tampoco puede pasarse por alto el perjuicio económico que todo esto traerá en perjuicio de los galleros.

Por otro lado, no cabe duda que debe ser una buena “chamba” trabajar como investigador de la prosperidad. Tan lo es que tres especialistas en esta materia recién ganaron conjuntamente el Premio Nobel de Economía. Pero más allá de esta distinción (que no es cualquier cosa), debe resultar algo más que interesante adentrarse en el estudio de las formas o modos (por decirlo así) en que un país puede llegar a ser próspero.

A menudo se cree que esta condición suele alcanzarse en sociedades donde basta y sobra con slogans o fórmulas que se repiten en las campañas electorales. Sin embargo, la prosperidad de un entorno debe ser algo que requiere de la participación de voluntades y saberes de muy diverso talante, especialmente de carácter económico con una imprescindible guía política. A la hora de la hora, sin embargo, no debe ser fácil alcanzar un supremo objetivo de ese tenor.

No en balde, la pobreza, que es todo lo contrario de la prosperidad, está reconocida como distinción de una buena parte del mundo de hoy. La que se comenta es una trama global que no inició precisamente ayer. Desarrollo y subdesarrollo son los supremos indicadores que describen en esencia un mundo como el actual desde hace buen tiempo atrás. Por eso, a menudo el término prosperidad se asume como algo exótico o distante, por más que nunca deje de ser también ilusión o meta.

Los ganadores del Nobel de Economía son Daron Acemoglu, Simon Johnson y James A. Robinson. Obtuvieron el premio con trabajos que demuestran la importancia de las instituciones sociales para la prosperidad de un país. Queda claro que estos investigadores tienen en gran ponderación el quehacer de las instituciones sociales. Asumen que su existencia tiene mucho que ver con el progreso. Y deben tener razón en sus tesis. Aunque muchas veces la prosperidad de un país no resulta tan fácil alcanzarla con el mero propósito de su anuncio.

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